Fragmento del Muro de Berlín |
... Octubre de 2013
Hace algunos días recordé
aquel libro que prometía ofrecer una respuesta con respecto al
significado de la vida. Tenía el pesado nombre de “Guía para la
vida”, una oferta algo ambiciosa que se constituía en un simple
juego para tontos con el que garantizaban que todas las páginas
fuesen recorridas. Ibas de una página a otra que te indicaban y a
otra que te indicaban y a otra y así, una y otra vez. Si recorrías
todas las indicaciones terminabas dando un viaje en círculos por un
libro que poco tenía de contenido pero que para los chicos resultaba
agradable por los juegos que proponía y por sus ilustraciones, sin
mencionar que los protagonistas eran unos populares dibujitos de
televisión.
Un libro mucho menos
dummie y de obvias cualidades es Rayuela, de Cortázar, otra
descripción de la vida como un juego sin pies ni cabeza, que se
puede leer en un orden y en otro, modificable y flexible como el
temperamento y las opiniones humanas.
Estos ejemplos los incluyo
sólo para recordar cómo la literatura (de masas o erudita) ya nos
ha señalado lo que aveces no queremos creer: la vida es un juego que
insistimos en tomarnos en serio, sea porque lo percibimos corto, sea
por algún temor de orden religioso-apocalíptico o justiciero, sea
por tradición (principalmente), por lo incierto de sus encrucijadas,
etc. En incontables oportunidades intentamos minimizar el margen de
incertidumbre y nuestra capacidad de improvisación, cómo asusta el
piso que no se siente firme.
Nos esforzamos trabajando
sobre un futuro, labramos uno a uno los escalones hacia un lugar que
consideramos ya definido... olvidando tener siempre presente que la
vida como un todo es una clase más de juego y que no hay espacios
definidos, ni tiempos, eventos ni presencias garantizadas. Así fluye
lo volátil, así escapa la misma vida a nuestra rebuscada necesidad
de planificarlo todo, porque “la vida es sueño” o juego, como
repetía Calderón, y “los sueños juegos son”, no a la inversa.
El riesgo de no asumir la
vida como un juego en el que es emocionante ganar pero en el que
también lo es perder es el de vivir sin pasión, es convertirse en
un ser humano promedio. Los años pasan tan rápido que es un
completo desperdicio llegar a un punto y pensar que se ha vivido sin
haber invertido nuestra energía en realizar nuestros deseos más
queridos, aunque no fuesen los que la sociedad promulga.
Así que ¡a jugar! A
danzar con el ritmo latente que nos ofrece a diario la aventura de
estar vivos.