... septiembre de 2014
Esa tarde había conseguido por fin que los chinos de la cuadra le regalaran un cajón de verduras, sin verduras, para hacerle una nueva cama a su gata para el nuevo hogar que compartirían las dos.
Los fuertes dolores de cabeza la obligaron a cancelar varios compromisos de trabajo, permitiéndole trabajar apenas dos horas de aquél día. Curiosas dos horas en las que tuvo mucho más éxito que en varios días de trabajo, las paradojas de los días para el comercio. Evento exitoso que la llevó a llegar tarde al encuentro con su amiga con la que cenaría esa noche.
¿Cuáles eran sus planes para la noche? Unos muy distintos a toda la cadena de acontecimientos que se desarrollaron desde el mismo momento en que se le ocurrió buscarlo para darle un beso. Esas contrariadas historias de amor que tienen lugar en escenarios de las grandes ciudades; sus calles, su frío en invierno, su soledad multitudinaria, su podredumbre de zapatos y pisadas, sólo la calidez del afecto puede llegar a brillar en medio de la noche en esos lugares.
Ya su relación venía agonizando de abandono desde hace algún tiempo, ambos lo sabían. Él y su mente tan involucrada en su trabajo y en sus asuntos no resueltos del pasado y ella, por su parte, luchando por subsistir y por escapar permanentemente de la idea de haber elegido, de las dos opciones, al “hombre incorrecto”. Esa tarde se habían despedido, Jerónimo viajaría lejos y aquél era el distanciamiento obligado que habían esperado, ya que ninguno tuvo antes la suficiente valentía para irse. Flora se quedaría en la ciudad que vio su amor, no tenía a dónde más ir, era su lugar favorito en el mundo y sus recursos eran muy limitados para ese entonces.
La noche trajo una marea de pensamientos a Flora, esa tarde había creído verlo por última vez, después de haberlo amado durante dos años; no podía quedarse con el frío de ese abrazo movido más por las circunstancias que por el cariño que aún podía quedar. Es así que a partir de múltiples mensajes de texto enviados a su celular, lo obligó a bajar de su torre, un pequeño edificio antiguo de un tradicional barrio del centro. Jerónimo no entendía el porqué del bombardeo de mensajes de emergencia que Flora le enviaba cada 20 segundos. Descendió sin esperar encontrarla y allí estaban ella, su corazón, su figurita y sus brazos para cercarle un abrazo alrededor del cuello.
- “¿Por qué tanto histeriqueo?”, preguntó él.
Silencio en respuesta y un beso que lo asaltó por sorpresa. Tantos meses sin haber compartido un beso así, tanta soledad entre los dos y de repente, en una fracción del tiempo, sus latidos se habían sincronizado en un abrazo eterno; era el final pero también el entendimiento sin palabras que los dos necesitaban, el saber por qué se quisieron en algún momento… lo que fue y se había olvidado en la cotidianidad y que ya no sería más.
Flora sintió el alivio de una merecida despedida, muy a su estilo, sólo atinó a decir:
- “No pensaba quedarme con un final tan pusilánime como el de esta tarde”.
Ambos rieron y caminaron de la mano hasta la esquina de aquella cuadra en la que cada uno tomaría su rumbo. Como en un altoparlante se escuchó la voz de Gustavo Cerati cantando “Adiós”, ninguno de los dos estuvo seguro si en realidad la escuchó o la imaginó, pero su letra los acompañó mientras caminaban solos, despacio y sonrientes por las calles oscuras.
Ahí no terminó la noche, Flora, que nunca supo ser puntual, iba tarde a encontrarse con su amiga a un conocido restaurante que quedaba al interior de un club de la colectividad dominante de aquél barrio de inmigrantes. El menú del día escrito con tiza en un cartel desde el medio día y ya algo borrado se exhibía sin claridad, ella debió acercarse un poco más para leerlo mejor y decidir si sería esa su cena. En letras difusas se leía “Tallarines…”, ¡pum!, ¡zas! ¡oh!... ¡oh! ¿qué ha sucedido? ¡qué fuerte dolor! Flora quedó suspendida ante un muro invisible que ella no esperaba a la entrada del club. Su nariz y sus labios aplastados contra una inmóvil puerta de vidrio que frenó sus pasos con la brusquedad de un camión. El sonido seco de un golpe y la gente al interior del restaurante mirándola con sorpresa y preguntándose si ella se encontraba bien después de un golpe así.
Flora entró y tomó un manojo de servilletas con las que contuvo la sangre que no dejaba de salir desde una cortada sobre la mitad de su nariz. Se sentó en una mesa junto a su amiga y empezó a reír, simplemente no podía detener su risa, inexplicable, confusa, sin sentido.
- “¿Qué te pasa, boluda?”, le increpó Tania, su amiga.
- Casi sin poder responder con claridad a causa de la risa, Flora le contestó: “es tan absurdo todo lo que me ha sucedido en los últimos 10 minutos, todo mi día ha sido tan absurdo, tan cargado; todo es tan ridículo que me da mucha risa. Ahora incluso siento que debo interpretar este golpe que me acaba de frenar el acelere y caos que estoy viviendo, a la fuerza o yo no paro.
¿No es acaso un poco extraño que me haya roto la nariz con la misma puerta con la que Jerónimo se rompió la frente hace tres meses? Te aseguro que no es común que la gente se golpee la cara con esa puerta, pues siempre está abierta, casualmente en ambas oportunidades ha estado cerrada. Estoy segura que somos los únicos idiotas que se han chocado allí” (risas y más risas).
¿No es acaso un poco extraño que me haya roto la nariz con la misma puerta con la que Jerónimo se rompió la frente hace tres meses? Te aseguro que no es común que la gente se golpee la cara con esa puerta, pues siempre está abierta, casualmente en ambas oportunidades ha estado cerrada. Estoy segura que somos los únicos idiotas que se han chocado allí” (risas y más risas).
Tania creyó que el golpe había dejado un poco mal de la cabeza a su amiga, rio con ella, a pesar del hilo rojo que no dejaba de brotar por su rostro, le resultaba divertida.
Decía Edward Carr que la historia es la interpretación de los hechos de acuerdo con quien los describe, por cada relator hay una realidad diferente para contar. El problema que ahora tenía Flora era que encontraba tres interpretaciones diferentes a su golpe y no sabía con cuál quedarse, pero de algo estaba segura y era que no había sido un simple golpe, no dejaba de sentir que era una señal que necesitaba descifrar, estaba muy acostumbrada a las señales y símbolos, aun cuando a veces quería ignorarlos a voluntad. Como ella misma aseguró tantas veces “no es justo tener que darte cuenta de cosas que no quieres saber, no quiero siempre tener que notar cuando me mienten o cuando se viene algo que no quiero, porque saberlo no me sirve para evitar que sucedan cosas que igual me van a doler mucho”.
Esa noche antes de terminar de cenar, con sus tres interpretaciones Flora armó un esquema en tercera persona que Tania debió escuchar sobre la mesa:
- Primera interpretación
Stop! (al mejor estilo cortazariano: “¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero”). Te das contra una pared, stop! Quédate quieta, lo que ves no es lo que parece. Ya detente un poco, respira, ten calma, tómate tu tiempo y vuelve a empezar, sin Jerónimo.
- Segunda interpretación
Insistes en darte contra el mismo muro con el que Jerónimo ya se ha estrellado, si le sigues te darás con sus mismos muros aunque por momentos parezcan no estar presentes, allí están y allí siguen aunque no los veas. Son sus muros, no los tuyos, lo besaste y la emoción te hizo olvidarlos por un rato.
- Tercera interpretación
Golpe por testaruda, esa terca necesidad de continuar preservando lo que ya no existe para ti. El hecho de haber albergado por un segundo en tu corazón la posibilidad de volver a amarlo. Un golpe para despertar de tu ideal romántico y, lamentablemente, inexistente e inútil.
Después de esa noche, Flora jamás volvió a chocar contra una puerta de vidrio. Continuó interpretando y reinterpretando lo que los demás llaman realidad, así como su propia vida; autoconstruyéndose sin culpas, sin deudas, tan transparente como aquél vidrio invisible de esa noche en la puerta del club.
A Jerónimo no lo vio nunca más y a Aureliano tampoco, pero esa es otra historia. Luego de esa agotadora noche de despedidas pudo por fin, paradójicamente, alejarse para acercarse, esta vez a sí misma.
P.D. Me encontré un articulito que acompaña muy bien el final del cuento y lo comparto aquí.
P.D. Me encontré un articulito que acompaña muy bien el final del cuento y lo comparto aquí.