... julio de 2014
¿Se han preguntado por lo que sienten o piensan de su rol las madrastras y los padrastros? Siempre se habla del sufrimiento de los hijos de padres separados y, por supuesto, de los duelos que deben afrontar quienes se separan, pero ¿qué pasa con las personas que entran en escena sin haber sido parte del conflicto? Me atrae el tema porque aún permanecen vivos imaginarios populares que asocian a las madrastras con personajes tales como brujas o seductoras malvadas que llegan a generar discordia y separación entre el padre/madre y sus hijos. La realidad social está completamente distorsionada al respecto y los cuentos infantiles más tradicionales han aportado lo suyo al fortalecer la permanencia de esta distorsión.
Estas expresiones, símbolos y representaciones a veces descubren la otra cara de la moneda: incertidumbre, tristeza y conflictos para quienes, sin quererlo y sin buscarlo de esa forma, deben desempeñar ese, la mayoría de las veces, ingrato rol en la nueva configuración familiar de las parejas que han elegido. Hay excepciones, por supuesto, pero la regla se caracteriza por la incomodidad y el malestar.
Sólo por curiosidad busqué imágenes por google bajo el término “madrastra” y los íconos predominantes fueron las siguientes:
No ocurre lo mismo cuando la búsqueda se filtra por la palabra “padrastro”, tal parece que, culturalmente ellos no se representan como personas tan malévolas como sí sucede en el caso de las mujeres. Hasta en estas extensiones de las familias, las representaciones del rol acarrean diferenciaciones de género, en las que unas son malvadas y los otros no lo son tanto.
Admitámoslo, las madrastras tienen siempre las de perder y muy especialmente cuando la relación entre su actual pareja y la madre de sus hijos es negativa. Cuando las ex son conflictivas las madrastras terminan pagando los platos rotos. Lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que las personas son tomadas como medios y no como fines, siendo en estos casos los hijos usados como “un medio para la propia consagración personal, social o familiar”*, y por supuesto, económica.
En los casos en que la participación de la madrastra es más alta debido a una mayor permanencia del hijo de su pareja en casa, no es bien visto que ella corrija con ahínco comportamientos negativos del niño, por la simple razón de que “ella no es la madre”. Pero, de otra parte, es mal visto si ella prefiere no intervenir y deja que su pareja se encargue de corregir a su hijo solo. Esto por considerarse que “no está colaborando en la educación del niño”. Y esta es tan sólo una parte del conflicto interno que debe vivir la madrastra: “¿estoy actuando correctamente? ¿Cómo debo hacerlo? ¿Por qué siempre debo ser juzgada injustamente?”.
Pero, supongo, no todo es malo para la madrastra. Suma el hecho de que su pareja ya viene con algo más de conocimiento para sobrellevar la crianza de un nuevo hijo (por ensayo y error). La experiencia previa le brinda herramientas para apoyar a su nueva pareja. Claro está que la magia y asombro de la primera vez es algo que ya no podrá ser compartido.
En definitiva, el mejor consejo, chicas, es el de engancharse con hombres sin líos no resueltos con sus anteriores relaciones. El que tengan hijos, en especial pequeños, puede ser una señal de asuntos sin resolver, una forma de “olor a problemas”, de “huye a tiempo”. Pero bueno, suena muy fácil así dicho y escrito, ya lo dijo aquél conocido escritor, “como si se pudiera elegir en el amor”.
* Sinay, Jorge. "Intentos de enmendar errores del pasado", en Diario La Nación, domingo 6 de julio de 2014.