martes, 1 de octubre de 2013

Jugar a vivir

Fragmento del Muro de Berlín

... Octubre de 2013
Hace algunos días recordé aquel libro que prometía ofrecer una respuesta con respecto al significado de la vida. Tenía el pesado nombre de “Guía para la vida”, una oferta algo ambiciosa que se constituía en un simple juego para tontos con el que garantizaban que todas las páginas fuesen recorridas. Ibas de una página a otra que te indicaban y a otra que te indicaban y a otra y así, una y otra vez. Si recorrías todas las indicaciones terminabas dando un viaje en círculos por un libro que poco tenía de contenido pero que para los chicos resultaba agradable por los juegos que proponía y por sus ilustraciones, sin mencionar que los protagonistas eran unos populares dibujitos de televisión.

Un libro mucho menos dummie y de obvias cualidades es Rayuela, de Cortázar, otra descripción de la vida como un juego sin pies ni cabeza, que se puede leer en un orden y en otro, modificable y flexible como el temperamento y las opiniones humanas.

Estos ejemplos los incluyo sólo para recordar cómo la literatura (de masas o erudita) ya nos ha señalado lo que aveces no queremos creer: la vida es un juego que insistimos en tomarnos en serio, sea porque lo percibimos corto, sea por algún temor de orden religioso-apocalíptico o justiciero, sea por tradición (principalmente), por lo incierto de sus encrucijadas, etc. En incontables oportunidades intentamos minimizar el margen de incertidumbre y nuestra capacidad de improvisación, cómo asusta el piso que no se siente firme.

Nos esforzamos trabajando sobre un futuro, labramos uno a uno los escalones hacia un lugar que consideramos ya definido... olvidando tener siempre presente que la vida como un todo es una clase más de juego y que no hay espacios definidos, ni tiempos, eventos ni presencias garantizadas. Así fluye lo volátil, así escapa la misma vida a nuestra rebuscada necesidad de planificarlo todo, porque “la vida es sueño” o juego, como repetía Calderón, y “los sueños juegos son”, no a la inversa.

El riesgo de no asumir la vida como un juego en el que es emocionante ganar pero en el que también lo es perder es el de vivir sin pasión, es convertirse en un ser humano promedio. Los años pasan tan rápido que es un completo desperdicio llegar a un punto y pensar que se ha vivido sin haber invertido nuestra energía en realizar nuestros deseos más queridos, aunque no fuesen los que la sociedad promulga.
Así que ¡a jugar! A danzar con el ritmo latente que nos ofrece a diario la aventura de estar vivos.

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