jueves, 11 de diciembre de 2014

Rumbo al Dorado

... diciembre de 2014
El Dorado no es un lugar, es intangible, casi inexplicable. Es el tesoro más buscado, el más esperanzador, impactante y deseado, por lo mismo no es un evidente. ¡Ja! Había quienes buscaban brillantes monedas de oro, por supuesto sus expediciones fueron un completo fracaso. Tantos se han perdido ya en su búsqueda, es el eterno engaño de aquello que no se encuentra si existe la intención de ser buscado. El Dorado aparece de repente como una ráfaga que arde y que consume y sin la cual ya no se puede vivir. Es algo que se anuncia por medio de la intuición o del instinto, como quiera que ambas sean, por momentos deja ver ligeros rayos que conducen hacia su encuentro y yo me he tropezado con uno, pues no es sino a trastabillas que pueden percibirse. Así es como se presenta pero vale la pena o los golpes pues una vez hallado o, mejor , al ser hallado por él, su esplendor no termina más. No hay huracán que apague su llama, no hay entonces poder que nos aleje del Dorado. 

Al haberme encontrado con ese rayito luminoso he emprendido el camino para encontrarlo, como ya lo he dicho, sin buscarlo pero de a poco acercándome, mi intuición me guía. El camino está lleno de verdad, aunque a muchos a mi alrededor ésta los aterre. No hay vuelta atrás, el Dorado es mi destino próximo, dejo esta estación amada para emprender la más grande travesía, me voy más llena de sabiduría y amor… y yo que pensaba que ya había experimentado y probado tanto, y yo que llegue a sostener que ya pocas cosas podían sorprenderme; sin negar que muchas cosas o lugares conocidos me siguen fascinando. Afortunadamente, caminar con esa constante magia en la mirada es una de las fórmulas que dan luz para el hallazgo de ese tesoro casi inalcanzable.

Sin más preámbulos, ¡nos vamos!


Como mis ancestros al agua, ofrendo al acto sagrado entre el sol y la tierra todo el amor recibido y todo el amor entregado, toda el agua que ha sabido inundar mis ojos y mi rostro, toda la belleza y la ternura, las amistades sinceras, los desafíos, las abundancias y carencias, la felicidad y la expectativa que invaden mi alma ahora y toda mi gratitud con la vida.

Ahora sí, rumbo al Dorado.

... No podía faltar la canción que acompaña.

martes, 4 de noviembre de 2014

Aprendizajes recientes

... noviembre de 2014
He estado algo desconectada de mis publicaciones en mi blog, no por falta de ánimo sino por exceso de vivencias y experiencias que han mantenido mi cabeza muy ocupada, además de haber perdido en el camino mi computador (un robo innecesario). Los últimos tres meses han sido toda una odisea comprimida, un "winzip de vida", infinitamente fructíferos, tormentas de llanto y alegrías que me enseñaron aún mucho más de lo que pude haber aprendido en los últimos dos años.  


Esta vez quise simplemente armar un listado de aprendizajes de éste período de tiempo que parece que aún no termina. A mis treintaytantos he comprendido por fin que:
  •        El amor está en todas partes.
  •        NUNCA estás solo aunque a veces llegue a parecerlo. Cuando has dado amor y has sido solidario con los demás, recibes esas mismas respuestas a cambio. Es un hecho que parece una ley y lo he comprobado. 
  •        Las amistades más valiosas las encuentras a cualquier edad en las personas y circunstancias que menos imaginas; sin importar procedencia geográfica, edad, simetrías culturales o intelectuales, diferencias sociales, etc. Son relaciones que nacen de la afinidad entre aquéllas características más profundas que nos hacen humanos, llamémosle corazón o alma, es algo que supera cualquier tipo de apariencia o razón.
  •      SIEMPRE vas a tener personas que te envidian y te sienten rabia sin que les des razones para ello. Algo a lo que por fin he terminado de acostumbrarme (por algo me han dado tanta importancia y atención jajaja)
  •      SIEMPRE debe prestársele atención a la intuición o a esas llamadas “corazonadas”, es un hecho, no fallan.
  •       No sólo los niños pueden ser felices con muy poco, los adultos también podemos.
  •       La felicidad se autoconstruye, nadie puede JAMÁS regalártela.
  •       La vida está llena de magia. ¡En serio!
  •       Lamentablemente, para la mayoría de la gente (lo que la convierte en gente del común) es más fácil juzgar a los demás que admitir su error, corregir y pedir perdón cuando se ha equivocado en sus juicios.
  •      Cocinar con amor, gracia y voluntad es una maravillosa forma de meditar… con deliciosos resultados.
  •       La meditación es mi mejor herramienta para la creatividad, el autoconocimiento y el logro de paz interior.
  •      Puede a veces ser doloroso, pero siempre será mucho mejor conocer el verdadero rostro de quienes te acompañan en tu camino de vida. Afortunadamente, los años en la vida funcionan como filtros, en especial en lo que tiene que ver con las relaciones. A medida que pasan, se van filtrando muchas personas y sólo van sosteniéndose aquellas que, si vives de manera consciente, le van sumando contenido a tu vida, las demás se van quedando en el camino ellas solas, sin necesidad de que debas esforzarte por repelerlas. En resumen, no superan el filtro.
  •       No debe faltar el humor en la vida, aún en los momentos difíciles.
  •    Prefiero asumir riesgos a conformarme con algo que no me termina de convencer. Así he actuado siempre y lo seguiré haciendo. 
  •       No tengo de qué arrepentirme (excepto de no haber continuado con el aprendizaje del piano), no hay errores.


jueves, 4 de septiembre de 2014

Una noche de múltiples interpretaciones

... septiembre de 2014

Esa tarde había conseguido por fin que los chinos de la cuadra le regalaran un cajón de verduras, sin verduras, para hacerle una nueva cama a su gata para el nuevo hogar que compartirían las dos.

Los fuertes dolores de cabeza la obligaron a cancelar varios compromisos de trabajo, permitiéndole trabajar apenas dos horas de aquél día. Curiosas dos horas en las que tuvo mucho más éxito que en varios días de trabajo, las paradojas de los días para el comercio. Evento exitoso que la llevó a llegar tarde al encuentro con su amiga con la que cenaría esa noche.

¿Cuáles eran sus planes para la noche? Unos muy distintos a toda la cadena de acontecimientos que se desarrollaron desde el mismo momento en que se le ocurrió buscarlo para darle un beso. Esas contrariadas historias de amor que tienen lugar en escenarios de las grandes ciudades; sus calles, su frío en invierno, su soledad multitudinaria, su podredumbre de zapatos y pisadas, sólo la calidez del afecto puede llegar a brillar en medio de la noche en esos lugares.

Ya su relación venía agonizando de abandono desde hace algún tiempo, ambos lo sabían. Él y su mente tan involucrada en su trabajo y en sus asuntos no resueltos del pasado y ella, por su parte, luchando por subsistir y por escapar permanentemente de la idea de haber elegido, de las dos opciones, al “hombre incorrecto”. Esa tarde se habían despedido, Jerónimo viajaría lejos y aquél era el distanciamiento obligado que habían esperado, ya que ninguno tuvo antes la suficiente valentía para irse. Flora se quedaría en la ciudad que vio su amor, no tenía a dónde más ir, era su lugar favorito en el mundo y sus recursos eran muy limitados para ese entonces.


La noche trajo una marea de pensamientos a Flora, esa tarde había creído verlo por última vez, después de haberlo amado durante dos años; no podía quedarse con el frío de ese abrazo movido más por las circunstancias que por el cariño que aún podía quedar. Es así que a partir de múltiples mensajes de texto enviados a su celular, lo obligó a bajar de su torre, un pequeño edificio antiguo de un tradicional barrio del centro. Jerónimo no entendía el porqué del bombardeo de mensajes de emergencia que Flora le enviaba cada 20 segundos. Descendió sin esperar encontrarla y allí estaban ella, su corazón, su figurita y sus brazos para cercarle un abrazo alrededor del cuello.

- “¿Por qué tanto histeriqueo?”, preguntó él.

Silencio en respuesta y un beso que lo asaltó por sorpresa. Tantos meses sin haber compartido un beso así, tanta soledad entre los dos y de repente, en una fracción del tiempo, sus latidos se habían sincronizado en un abrazo eterno; era el final pero también el entendimiento sin palabras que los dos necesitaban, el saber por qué se quisieron en algún momento… lo que fue y se había olvidado en la cotidianidad y que ya no sería más.

Flora sintió el alivio de una merecida despedida, muy a su estilo, sólo atinó a decir:

- “No pensaba quedarme con un final tan pusilánime como el de esta tarde”.

Ambos rieron y caminaron de la mano hasta la esquina de aquella cuadra en la que cada uno tomaría su rumbo. Como en un altoparlante se escuchó la voz de Gustavo Cerati cantando “Adiós”, ninguno de los dos estuvo seguro si en realidad la escuchó o la imaginó, pero su letra los acompañó mientras caminaban solos, despacio y sonrientes por las calles oscuras.

Ahí no terminó la noche, Flora, que nunca supo ser puntual, iba tarde a encontrarse con su amiga a un conocido restaurante que quedaba al interior de un club de la colectividad dominante de aquél barrio de inmigrantes. El menú del día escrito con tiza en un cartel desde el medio día y ya algo borrado se exhibía sin claridad, ella debió acercarse un poco más para leerlo mejor y decidir si sería esa su cena. En letras difusas se leía “Tallarines…”, ¡pum!, ¡zas! ¡oh!... ¡oh! ¿qué ha sucedido? ¡qué fuerte dolor! Flora quedó suspendida ante un muro invisible que ella no esperaba a la entrada del club. Su nariz y sus labios aplastados contra una inmóvil puerta de vidrio que frenó sus pasos con la brusquedad de un camión. El sonido seco de un golpe y la gente al interior del restaurante mirándola con sorpresa y preguntándose si ella se encontraba bien después de un golpe así.

Flora entró y tomó un manojo de servilletas con las que contuvo la sangre que no dejaba de salir desde una cortada sobre la mitad de su nariz. Se sentó en una mesa junto a su amiga y empezó a reír, simplemente no podía detener su risa, inexplicable, confusa, sin sentido.

- “¿Qué te pasa, boluda?”, le increpó Tania, su amiga.

- Casi sin poder responder con claridad a causa de la risa, Flora le contestó: “es tan absurdo todo lo que me ha sucedido en los últimos 10 minutos, todo mi día ha sido tan absurdo, tan cargado; todo es tan ridículo que me da mucha risa. Ahora incluso siento que debo interpretar este golpe que me acaba de frenar el acelere y caos que estoy viviendo, a la fuerza o yo no paro.
¿No es acaso un poco extraño que me haya roto la nariz con la misma puerta con la que Jerónimo se rompió la frente hace tres meses? Te aseguro que no es común que la gente se golpee la cara con esa puerta, pues siempre está abierta, casualmente en ambas oportunidades ha estado cerrada. Estoy segura que somos los únicos idiotas que se han chocado allí”
(risas y más risas).

Tania creyó que el golpe había dejado un poco mal de la cabeza a su amiga, rio con ella, a pesar del hilo rojo que no dejaba de brotar por su rostro, le resultaba divertida.

Decía Edward Carr que la historia es la interpretación de los hechos de acuerdo con quien los describe, por cada relator hay una realidad diferente para contar. El problema que ahora tenía Flora era que encontraba tres interpretaciones diferentes a su golpe y no sabía con cuál quedarse, pero de algo estaba segura y era que no había sido un simple golpe, no dejaba de sentir que era una señal que necesitaba descifrar, estaba muy acostumbrada a las señales y símbolos, aun cuando a veces quería ignorarlos a voluntad. Como ella misma aseguró tantas veces “no es justo tener que darte cuenta de cosas que no quieres saber, no quiero siempre tener que notar cuando me mienten o cuando se viene algo que no quiero, porque saberlo no me sirve para evitar que sucedan cosas que igual me van a doler mucho”.

Esa noche antes de terminar de cenar, con sus tres interpretaciones Flora armó un esquema en tercera persona que Tania debió escuchar sobre la mesa:

- Primera interpretación
Stop! (al mejor estilo cortazariano: “¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero”). Te das contra una pared, stop! Quédate quieta, lo que ves no es lo que parece. Ya detente un poco, respira, ten calma, tómate tu tiempo y vuelve a empezar, sin Jerónimo.

- Segunda interpretación
Insistes en darte contra el mismo muro con el que Jerónimo ya se ha estrellado, si le sigues te darás con sus mismos muros aunque por momentos parezcan no estar presentes, allí están y allí siguen aunque no los veas. Son sus muros, no los tuyos, lo besaste y la emoción te hizo olvidarlos por un rato.

- Tercera interpretación
Golpe por testaruda, esa terca necesidad de continuar preservando lo que ya no existe para ti. El hecho de haber albergado por un segundo en tu corazón la posibilidad de volver a amarlo. Un golpe para despertar de tu ideal romántico y, lamentablemente, inexistente e inútil.

Después de esa noche, Flora jamás volvió a chocar contra una puerta de vidrio. Continuó interpretando y reinterpretando lo que los demás llaman realidad, así como su propia vida; autoconstruyéndose sin culpas, sin deudas, tan transparente como aquél vidrio invisible de esa noche en la puerta del club.

A Jerónimo no lo vio nunca más y a Aureliano tampoco, pero esa es otra historia. Luego de esa agotadora noche de despedidas pudo por fin, paradójicamente, alejarse para acercarse, esta vez a sí misma.

P.D. Me encontré un articulito que acompaña muy bien el final del cuento y lo comparto aquí.

lunes, 4 de agosto de 2014

Una vida -real- de amor y guerra



Fotografía tomada en Pusan, durante la Guerra de Corea
... 2006

Cada mañana José Helí Rojas se levanta temprano con un tinto (café colombiano) que su esposa le lleva cariñosamente a la cama*. Enciende la radio en una de esas emisoras que parece sacada de un pasado remoto y escucha su música favorita, boleros y bambucos. Ciudadano colombiano, padre de ocho hijos y abuelo de catorce, lleva una vida tranquila entre las letras de los libros que él mismo escribe y el cariño de una numerosa familia a la que ha visto crecer a su lado.

Su comida favorita es, como él dice, “toda la que prepara mi mujer”. Quien lo conoce ahora, en la tranquilidad de su hogar y de su rutina de escritor, no alcanzaría a imaginarse que él ha sido “una persona muy arriesgada”, como lo describe Jenny, una de sus hijas. Arriesgó la vida en Corea y arriesgó su vida de nuevo por el amor de su vida, su esposa Beatriz.

José Helí creció en el área rural de Albán, un pequeño pueblo en el departamento de Cundinamarca, Colombia. Al igual que sus hermanos, alternó los estudios de primaria y bachillerato con las labores agrícolas que la finca de su padre demandaba.

Un ambiente familiar de mucha unión y visitas infaltables a misa marcaron su infancia. Como él asegura, “nos criábamos en un estado de religión inculcada por los padres, todo era ancestral, ellos se encargaron de infundirnos mucho temor, por el mismo respeto que había que tener hacia las normas de la religión”. Tanto influyó la religión en su vida que llegó a querer ser cura. La idea le duró poco, sólo hasta un día en que un sacerdote le dijo que no tenía vocación, por ser tan “fiestero” y burlón.

Desde niño amó la literatura, que se constituyó en una “inquietud en su vida”, como él mismo afirma. Escribió desde los 13 años. Se inspiraba especialmente en la naturaleza para escribir poemas, cuentos y novelas.

A los 17 años viajó solo a Bogotá a terminar el bachillerato. Allí mismo, ingresó a la Escuela de Sanidad Policarpa Salavarrieta, donde prestó el servicio militar y estudió enfermería, “de 150 aspirantes a ingresar sólo pasamos 82”, recuerda con orgullo. Como enfermero prestó su servicio en varios hospitales de Bogotá. Fue soldado del ejército y luego entró a conformar las filas de la nueva Policía Militar. Gracias a este trabajo logró ahorrar y comenzar a estudiar en la Escuela Nacional de Contaduría.

Después de haber terminado sus estudios, por un desafío de uno de sus compañeros de Sanidad: “va la madre pal que no se vaya pa’ Corea”, decidió presentarse para ir a la guerra junto con otros amigos. Todos entraron al Batallón Colombia, pero sólo viajaron dos. De esos dos sólo regresó él.

En el barco de ida a Corea se desempeñó como escritor para el periódico del barco. Escribía casi todos los días para publicar en este medio, dirigido principalmente al público puertorriqueño y colombiano.

Él recibió entrenamiento por un mes como soldado en Pusan. Comenzó como zapador, fue el momento de guerra en que más sufrió: “yo conocí realmente el miedo… al zapador en guerra lo llaman “el hombre de sacrificio” porque es el que va delante de la patrulla limpiando minas y trampas… uno va con un detector de minas, tratando de localizarlas para desactivarlas”. Pasó dos meses en esa labor en invierno, con misiones muy peligrosas. Después de una reestructuración del Batallón, se desempeñó como director de enfermeros.

La escena de guerra más dolorosa la recuerda él del 25 de enero de 1953. Con su tropa llegó en tanques M39 en ascenso hacia un cerro, recibiendo impactos de ametralladoras y morteros. Estuvo allí desde las 10:30 am hasta las 5:30 pm. Su misión como enfermero, después de haber tenido que correr de los proyectiles para salvar su vida, era curar heridos y agrupar muertos. Las imágenes más terribles de ese día eran las de los soldados heridos, había demasiados y en muy mal estado; algunos de ellos eran colombianos, otros eran puertorriqueños y estadounidenses. Se lamentaban de dolor, maldecían y pedían que fueran enviados saludos a sus familiares en caso de no sobrevivir.

En medio de la adversidad de la guerra, lo que más tranquilidad y fortalecimiento le proporcionaba eran las cartas que recibía del país. “Esa dicha de recibir una carta, era como recibir una visita”, de sus hermanos, de su mamá y de sus amigos.

A la izquierda, José Helí lee una de las cartas que le han enviado desde Colombia
En total, José Helí vivió 14 meses fuera de Colombia. En general, cuenta que en la guerra “son muchas las tristezas que se pueden tener… especialmente sentirse uno lejos de la casa […] viví muchos momentos de tristeza, de aburrimiento y hubo momentos en que me pesó haber ido, pero nadie me obligó, fui yo mismo por mi voluntad, quería conocer qué era la guerra, cómo era”. Él quería satisfacer la curiosidad que las descripciones radiales de su época hacían de la Segunda Guerra Mundial. Logró sobrevivir al intento, pero debió ver la muerte de muchos de sus compañeros. Ahora él siente que fue su fe en Dios lo que lo salvó de perecer en un país tan lejano.

Después de lo vivido se convirtió en autodidacta del psicoanálisis. Durante sus experiencias como director de enfermeros detectó patologías en los soldados que, según él, eran causadas por temor: “había ciertos estrabismos, parálisis en brazos, piernas… no tenían ninguna herida, no habían recibido ningún golpe, yo creía que tal vez era una cuestión mental… y de ahí nació mi interés en investigar en la psicología. […] Buscando entre autores, encontré un libro que trataba sobre las enfermedades psicosomáticas y fue ese libro el que me orientó, era de Gustav Jung”. A través del psicoanálisis él logró comprender diversos procesos que afectan la salud mental de las personas. Descubrió su pasión por el psicoanálisis, dedicándole 5 años al estudio de las escuelas freudiana, lacaniana, entre otras.

Recién llegado de Corea vio por primera vez a Beatriz. Él llegó a Sogamoso, Boyacá, a llevar la contabilidad de la siderúrgica Paz del Río. Un día en una calle vio “una monita con cola de caballo”** que le impactó. Quedó flechado. Como en las mejores historias de amor, todo coincidió para que ellos pudieran conocerse.

Más adelante, el padre de Beatriz pasó de ser amigo (mecanismo que el joven enamorado empleó para acercarse a ella) de José Helí a enemigo, por haberse involucrado con su hija. Hasta contrató detectives para que siguieran a la pareja. Por esto encontraron la forma de comunicarse en secreto a través de cartas en inglés.

Un 8 de enero se casaron a escondidas. Él le dijo un día, cuando ella tenía 17 y él 25 años, “nos casamos hoy o nunca” y así se escaparon junto a unos amigos cómplices hacia Tibasosa, Boyaca. Allí tuvo lugar la boda. Luego huyeron hacia Bogotá, pero allí dos detectives los llevaron presos debido a que el padre de Beatriz los había denunciado por rapto y fuga.

Finalmente, lograron salir gracias a la ayuda de un excompañero de José Helí, que se encontraba trabajando en el Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC). Ahora lo sucedido es algo que les causa risa a él y a su esposa. Después de 51 años de casados, ella destaca “lo cariñosos que es aún conmigo y que siempre procura satisfacer mis deseos”. La violencia de la guerra no disminuyó la capacidad de José Helí de expresar afecto, es un padre, abuelo y esposo consentidor.

Beatriz y José Helí juntos en la actualidad
El año pasado (2005) publicó un libro en que narra sus experiencias en la guerra, titulado Después del Meridiano 180°. Su estilo se caracteriza por el uso de gran cantidad de recursos literarios, con un tono muy descriptivo. Escribió la novela ¿De qué lado estamos?, que está lista para ser publicada (2006). Actualmente está escribiendo otra novela, ¿Para dónde van?, en la que narra las problemáticas de pobreza, exclusión y desplazamiento forzado que se viven en Colombia; además hace una fuerte crítica al catolicismo.

Siempre se ha caracterizado por ser un buen padre y esposo; de acuerdo con Beatriz, “a pesar de las dificultades que hemos tenido, él siempre ha sido muy responsable con el hogar”. Trabajó muy duro para el mantenimiento de su familia que incluyó un total de ocho hijos y que ha crecido, hasta el día de hoy (2014), a casi una treintena de nietos. Actualmente vive de su pasión por la escritura y de su pensión como veterano de guerra, rodeado de lo que más lo hace feliz: la paz de su casa y la armonía con su esposa.

(Un paréntesis que no puedo dejar de añadir: esa maravillosa pareja de enamorados y guerreros son mis amados abuelitos. Soy feliz de pensar que de una u otra forma llevo conmigo ese espíritu aventurero y libre y la valentía y fortaleza de ese gran amor que ha superado la adversidad y más de 60 años de existencia. Con un amor así, ¿cómo no querer volver siempre a las raíces, al nido cálido que siempre está a la espera?).



* Para quienes conocen la cultura colombiana saben que una de las acciones más significativas de demostración de afecto en pareja o entre familiares es la preparación de un café para alguien a la mañana.

** ”Monita” en Colombia se le dice a las rubias y la “cola de caballo” hace referencia al peinado que llevaba la rubia.