domingo, 18 de septiembre de 2016

El amor crece

... Septiembre de 2016
He vuelto a maravillarme al observar cada uno de los mágicos impulsos que la vida mueve en ti. Ver semanalmente el aumento en la redondez de mi panza e imaginar qué sientes allí adentro. Verte crecer imparable a la vez que mi alma engorda contigo de felicidad. 


Es un hecho, el amor ha germinado en mí en la forma de un pequeño pero fuerte ser humano. Mi cuerpo cambiante me recuerda a diario que yaces en mí con tu inmensa paz e inocencia. Tu llegada a mi vida alimenta mi esperanza en seguir construyendo un mundo mejor. Sé que tú vas a ser el mejor constructor de esa realidad por la que papá y mamá hemos trabajado, tendrás los mejores ejemplos, el amor y el apoyo que precises. 

Pensar que nunca fuiste parte de mis planes y ahora eres mi mejor plan, mi más grande ilusión. La primera vez te vi a través de una pantalla, parecías saludarme desde esa ventanita acuática. Y te veías tan perfecto, tan activo, tan hermoso. Si había cosas en las que había dejado de creer, tú me lanzaste de un sólo tirón para volver a creer. 


Te daremos las herramientas y las alas para que seas un ser libre y consciente, llevarás contigo los colores que más atraigan a tu almita aventurera, serás un guerrero y caminante de la vida, la naturaleza será tu aliada. No pretenderás ser una princesa ni un robot, ya el mundo tiene bastantes de ellos. Te llenarás de barro y aprenderás a limpiarte, como hemos debido aprender a hacerlo tantas veces en la vida, lo harás con sabiduría cada vez que necesites, con la convicción de que no hay mancha que dure eternamente en el corazón. 

Tantas nuevas lecciones traes contigo, eres tan brillante que incluso antes de saber que vendrías pude ver tu luz que nos atravesó con un rayo. Todo fue más claro cuando entendí que ese destello anunciaba tu llegada a nuestras vidas. ¿Qué más traes contigo, pequeño gran trozo de cielo? La felicidad nos desborda mientras ansiosos te esperamos. Una nueva y maravillosa historia empieza a escribirse contigo.

martes, 17 de mayo de 2016

El hombre de los 500 libros

... mayo de 2016

Alí no era árabe a pesar de su nombre. No fue pintor a pesar de su alma de artista y de haber dejado bellas obras hechas durante su infancia, optó por el camino práctico, aunque no fácil, de ser un hombre de negocios y un líder con cierto poder. Su vida estuvo llena de contradicciones y, principalmente, de lecciones dejadas a otros, incluida esta persona que escribe aquí al recordarlo.

Su infancia fue modesta, viviendo en pequeños pueblos en medio del campo y alejados de la acción. Su necesidad de vivir lo llevó a trasladarse a grandes ciudades y a ganarse el respeto de muchos, un día resultó obteniendo el título de Capitán de las fuerzas navales de su país. Era el apuesto joven consentido encargado de administrar el lujoso fancy-side de dicha institución. Su labor era la de estar a la cabeza de los finos salones y caprichos del Club naval.

Por esos días de abundancia económica decidió que una buena inversión era la de comprar libros. Compraba bestsellers que no leía por completo. La mayoría de ellos los guardaba “para después” en la genial biblioteca que estaba edificando. Tenía la idea de pasar una vejez rodeada de la mejor literatura y de la calma del ocaso de su propia vida. Aún le quedaban muchos años de vital juventud.


Con los años su biblioteca se llenaba con más aclamada literatura mundial que incluía los premios Nobel de cada año, los Pulitzer, Cervantes, entre otros. Pensaba que seguramente al llegar a los 500 libros ya sería hora de dedicarse a ser viejo, de la manera en que él visualizaba su propia vejez. Ya llegaría su tiempo de leer sin parar, del descanso de una vida agitada.

Durante su vida adulta, se casó dos veces y fue padre de varios hijos. Su mayor temor se materializó al vislumbrar espíritus libres en los dos menores de sus hijos, era bien sabido que eran los más queridos de los seis que tuvo en total. En realidad, quería protegerlos del alto costo que implican la libertad, el amor por las artes y por la humanidad: uno, le salió músico y chef y, el otro, sociólogo y artesano. Y Alí que siempre evitó el despliegue de su propia libertad, siempre se esforzó por ser el hombre perfecto para la opinión pública y para la correcta sociedad de hombres capitalistas en la que eligió moverse. Fue materialmente próspero, sí, pero dejó de ser feliz muchas veces.

Tanto trabajo por mantener su status le permitió desarrollar varios de los muchos talentos con los que había nacido; sin embargo, lo llevaron a enfermar cuando apenas había alcanzado los 50 años. Y ahí sí que empezó su batalla, un cáncer se encargaba de recordarle a diario lo efímera y a la vez tan valiosa que es la vida. Se negaba a dejar a sus hijos y a la mujer de su vida, veinte años menor que él. Fueron tiempos tormentosos para él y su familia, él dejó de alimentar su colección de libros y dejó el cigarrillo, hábito que lo acompañó desde sus 16 años. Hasta permitió que los médicos experimentaran con tratamientos novedosos que ponían a prueba las fuerzas que aún quedaban en su cuerpo. Tal era su temor por partir, tal era su abrazo a la vida que logró mantenerse a flote durante varios años, entre recaídas y triunfos, entre realidad y pérdida de cordura, entre el amor y su eterna incapacidad de expresarlo. 

Después de once años de supervivencia, a Alí le sucedió lo menos esperado. Un día se despertó con la sensación de que veía “mosquitas” que volaban a su alrededor. Con los días sentía que éstas se hacían cada vez más grandes. Fue al médico a que revisaran sus ojos, pero volvió a casa sin saber exactamente de dónde habían venido esos animalitos voladores a posarse en sus ojos verdes manzana. Un día cualquiera, muy pronto, las moscas imaginarias aumentaron tanto su tamaño que simplemente él dejó de ver. Más exámenes médicos y la triste conclusión de una metástasis del cáncer en sus dos ojos. Alí estaba completamente ciego.

Los libros yacían en la biblioteca esperando el día en que su anciano dueño diera vuelta a sus páginas, su existencia de papel había perdido sentido. Alí debió aprender a depender de su oído y de su tacto, una vieja radio se convirtió en su permanente compañera. El hombre de los 500 libros lamentaba no haberlos leído antes, no alcanzaba él a imaginar la infinita lección que dejó a sus hijos.

Ellos maduraron de golpe, desplegaron sus espíritus libres a los que él tanto quería proteger. Entendieron como un baldado de agua que la vida es hermosa y corta, que las postergaciones de sueños son su propia aniquilación. Que más vale una juventud bien vivida que tranquila. Que los planes para el gozo de la vejez o de la posteridad los podemos empezar a realizar ahora, ¿por qué esperar? No se trata de vivir con prisa, se trata de hacerlo con pasión, sin dañar a nadie, disfrutando el desglose de cada latido como si nunca fuésemos a llegar a viejos: viajar, jugar, reír, llorar, darse a los demás, caer y volver a empezar, crear, saborear, leer, sentir... lanzarse a la vida sin paracaídas para obligar a nuestra propia existencia a desplegar las alas que necesitemos en el camino.


… para ti Papá, eternamente mi guía.

viernes, 18 de marzo de 2016

La semilla

... marzo de 2016

La fuerte semilla a la espera de germinar. Ni todos los fuegos ni todos los vientos pudieron debilitar su poder de vivir. Hasta ahora no habían sido suficientes el agua, la intención de quienes la sembraron, el calor del sol, ni los nutrientes de las varias tierras que la habían resguardado.
La semilla sintió alguna vez que estaba muerta, hasta que descubría una y otra vez que el hecho de sentir ya era señal de su existencia vital. Esos eran eventos de racionalidad graciosa, no era fácil para la semilla pues no contaba con evidencia, sólo intentos fallidos que acaso resquebrajaban alguna de las pequeñas capas superiores de su corteza brillante.
Ya llevaba sus décadas a cuestas y el viento parecía no arrastrarla al lugar adecuado para crecer por fin. Un par de veces sintió ahogarse y morir en fuentes de aguas profundas, enceguecida, paralizada, sin esperanzas, pero fuerzas que nuca pudo explicarse se encargaron de lanzarla a flote y de secar su superficie a punto de pudrirse.
Con el tiempo, con tanto viaje y experiencias, su color y textura cambiaron un poco: no por ello menos bella, no por ello menos fuerte. Parecía que cada caída o cada nuevo viento la fortalecían. Más curiosidad generaba en aquellos quienes al no verla germinar la rechazaron lanzándola incontables veces, ¿qué podría, finalmente, germinar de ella?


Un día cualquiera la semilla fue a parar, gracias a las curiosidades digestivas de un ave pequeña, al borde de las raíces de un gran árbol de chicalá, un nativo más de esas tierras dulces. Su sombra amarilla cobijó su caída y al mismo tiempo su incertidumbre ante el nuevo lugar desconocido. Con el paso de los días se sintió extraña, le dolía la panza, le salieron alas que no eran alas, sentía su pequeño cuerpo de semilla cada vez más pesado, también cada vez más cómodo en aquel lugar. Su corteza fuerte se agrietó, quedando apenas trozos que colgaban de sus nuevas extremidades. A pesar de las evidencias, a pesar de la pérdida de expectativas frente a su germinación, el milagro estaba sucediendo. La semilla recibió por fin lo que precisaba para darse a la tarea de crecer y de vivir, de dar frutos y resguardo.
Nunca se está del todo inerte, nunca se está del todo muerto y ello aplica también para las emociones. No todo está perdido donde hay lugar para las fuerzas de la vida y del amor.

lunes, 29 de febrero de 2016

¡Oh, no! El amor anda suelto

La aterradora vuelta del amor en la puerta de su casa. El deseo irrefrenable de poner todas las cerraduras ante la proximidad de su entrada. Uno, dos, tres pasos atrás, la respiración agitada, ¡oh, no! ¡panic attack!


Cómo sanar la dificultad de volver a creer, no en el algo sino en el alguien… de volver a sentir con la misma inocencia en que se sintió años atrás, sin prevenciones, sin prejuicios, sólo por el placer y alegría de sentir una fuerte atracción por alguien. Y ahora llegan ambos al mismo teatro un tanto golpeados y desajustados y ante la presencia de algo que parece será especial el pánico los atrapa y optan por la negación, una respuesta tibia ante el hecho inusitado de querer huir… una breve evasión a través de una excusa sin importancia, como cuando ella decide no responder a sus mensajes en el teléfono, sólo porque preferiría que el libro que lleva en sus manos le importara más que lo que su interlocutor en espera tiene para decirle.


¿Quién acaso desea vivir el encanto de dejar besos en algún papel pegado sobre la puerta de la heladera? ¿Quién ante el disfrute de su independencia desea compartir el café caliente en la mañana? ¿Por qué se le ocurriría siquiera necesitar sentir el aire cálido de la respiración de un ser humano compartiendo su mismo lecho? ¿Por qué querría dejarse atrapar de nuevo?

Pretender encontrar el objeto perdido entre ríos de objetos perdidos y al hallarlo por fin ya no quererlo más, como si fuese tan sólo un capricho más del corazón y de la vida. ¿Dejar de pensar? sí, pero ¿dejar de... sentir?

Había vuelto a sentir el impulso de escribir algo más que sus acostumbrados textos académicos, esa era en sí misma una señal de alerta. Su mundo casi perfecto, otra vez, en riesgo. Y ahora indefensos, atrapados y completamente envueltos en un matorral de emociones se ven enfrentados cara a cara, viéndose cada uno reflejado en el rostro del otro; temerosos de soltarse y deseando a la vez tener la fortaleza para volar lejos. Es lo que sucede después de cierta edad cuando se percibe que el amor anda suelto y está muy cerca. ¿En qué momento permitieron que saliera del refugio que ambos le habían edificado algún día?