martes, 17 de mayo de 2016

El hombre de los 500 libros

... mayo de 2016

Alí no era árabe a pesar de su nombre. No fue pintor a pesar de su alma de artista y de haber dejado bellas obras hechas durante su infancia, optó por el camino práctico, aunque no fácil, de ser un hombre de negocios y un líder con cierto poder. Su vida estuvo llena de contradicciones y, principalmente, de lecciones dejadas a otros, incluida esta persona que escribe aquí al recordarlo.

Su infancia fue modesta, viviendo en pequeños pueblos en medio del campo y alejados de la acción. Su necesidad de vivir lo llevó a trasladarse a grandes ciudades y a ganarse el respeto de muchos, un día resultó obteniendo el título de Capitán de las fuerzas navales de su país. Era el apuesto joven consentido encargado de administrar el lujoso fancy-side de dicha institución. Su labor era la de estar a la cabeza de los finos salones y caprichos del Club naval.

Por esos días de abundancia económica decidió que una buena inversión era la de comprar libros. Compraba bestsellers que no leía por completo. La mayoría de ellos los guardaba “para después” en la genial biblioteca que estaba edificando. Tenía la idea de pasar una vejez rodeada de la mejor literatura y de la calma del ocaso de su propia vida. Aún le quedaban muchos años de vital juventud.


Con los años su biblioteca se llenaba con más aclamada literatura mundial que incluía los premios Nobel de cada año, los Pulitzer, Cervantes, entre otros. Pensaba que seguramente al llegar a los 500 libros ya sería hora de dedicarse a ser viejo, de la manera en que él visualizaba su propia vejez. Ya llegaría su tiempo de leer sin parar, del descanso de una vida agitada.

Durante su vida adulta, se casó dos veces y fue padre de varios hijos. Su mayor temor se materializó al vislumbrar espíritus libres en los dos menores de sus hijos, era bien sabido que eran los más queridos de los seis que tuvo en total. En realidad, quería protegerlos del alto costo que implican la libertad, el amor por las artes y por la humanidad: uno, le salió músico y chef y, el otro, sociólogo y artesano. Y Alí que siempre evitó el despliegue de su propia libertad, siempre se esforzó por ser el hombre perfecto para la opinión pública y para la correcta sociedad de hombres capitalistas en la que eligió moverse. Fue materialmente próspero, sí, pero dejó de ser feliz muchas veces.

Tanto trabajo por mantener su status le permitió desarrollar varios de los muchos talentos con los que había nacido; sin embargo, lo llevaron a enfermar cuando apenas había alcanzado los 50 años. Y ahí sí que empezó su batalla, un cáncer se encargaba de recordarle a diario lo efímera y a la vez tan valiosa que es la vida. Se negaba a dejar a sus hijos y a la mujer de su vida, veinte años menor que él. Fueron tiempos tormentosos para él y su familia, él dejó de alimentar su colección de libros y dejó el cigarrillo, hábito que lo acompañó desde sus 16 años. Hasta permitió que los médicos experimentaran con tratamientos novedosos que ponían a prueba las fuerzas que aún quedaban en su cuerpo. Tal era su temor por partir, tal era su abrazo a la vida que logró mantenerse a flote durante varios años, entre recaídas y triunfos, entre realidad y pérdida de cordura, entre el amor y su eterna incapacidad de expresarlo. 

Después de once años de supervivencia, a Alí le sucedió lo menos esperado. Un día se despertó con la sensación de que veía “mosquitas” que volaban a su alrededor. Con los días sentía que éstas se hacían cada vez más grandes. Fue al médico a que revisaran sus ojos, pero volvió a casa sin saber exactamente de dónde habían venido esos animalitos voladores a posarse en sus ojos verdes manzana. Un día cualquiera, muy pronto, las moscas imaginarias aumentaron tanto su tamaño que simplemente él dejó de ver. Más exámenes médicos y la triste conclusión de una metástasis del cáncer en sus dos ojos. Alí estaba completamente ciego.

Los libros yacían en la biblioteca esperando el día en que su anciano dueño diera vuelta a sus páginas, su existencia de papel había perdido sentido. Alí debió aprender a depender de su oído y de su tacto, una vieja radio se convirtió en su permanente compañera. El hombre de los 500 libros lamentaba no haberlos leído antes, no alcanzaba él a imaginar la infinita lección que dejó a sus hijos.

Ellos maduraron de golpe, desplegaron sus espíritus libres a los que él tanto quería proteger. Entendieron como un baldado de agua que la vida es hermosa y corta, que las postergaciones de sueños son su propia aniquilación. Que más vale una juventud bien vivida que tranquila. Que los planes para el gozo de la vejez o de la posteridad los podemos empezar a realizar ahora, ¿por qué esperar? No se trata de vivir con prisa, se trata de hacerlo con pasión, sin dañar a nadie, disfrutando el desglose de cada latido como si nunca fuésemos a llegar a viejos: viajar, jugar, reír, llorar, darse a los demás, caer y volver a empezar, crear, saborear, leer, sentir... lanzarse a la vida sin paracaídas para obligar a nuestra propia existencia a desplegar las alas que necesitemos en el camino.


… para ti Papá, eternamente mi guía.

2 comentarios:

  1. En jardín parisino, lo leí y me encantó, fue necesario leerlo nuevamente.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Prima!!! Te mando un abrazote :D :D

    ResponderEliminar