... 2012
La
cucharita en el pocillito repleto de café de mal gusto que en sus giros
involuntarios suena como las manecillas imparables de un reloj gigante, sonidos
agudos y constantes, tal como ha sido el correr de los últimos días. Su
otra mano, presta a recibir el mate compartido, la bombilla como la cucharita
atrapada en un lodo espeso de hierba. Mezcla en exceso de sustancias permitidas
por los ríos de sus venas. Y sin embargo, el tiempo no pasa, no pasa, no
pasa... y el día gris, frío y lluvioso y la promesa de un invierno poco
amigable, mucho menos que otros que ya habían tocado esa piel de latitudes
tropicales.
El café,
qué sabor incómodo, sabía a medicamento para la gripa, pero era la mejor opción
para calentarse los labios y las manos. De fondo música deprimente, no se
identifica con el ánimo de su corazón que late ansioso a la espera de un bello
amor que está lejos.
Toda una
labor intentar hacer coordinar su sensibilidad con los horarios rígidos y las
normas de oficina. Ánimo decadente y en riesgo de caer en el sinsentido. El café
que la acompaña cada vez peor y la música aún más patética. Su cuerpo se
sostiene tan sólo con la esperanza del escape que marca el final del horario
laboral. Hacia afuera, oficinas y más oficinas, todos zombis con caras de haber
perdido la voluntad en algún papel firmado, sin siquiera saber qué es la
libertad humana ni si ésta existe en otro lugar diferente a la imaginación o al
discurso de algún político que la usa como cliché feliz.
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