... 2009,
retomado y continuado en 2013
Esta vez empiezo con la siguiente aclaración: no soy madre ni tengo la intención de serlo próximamente…
En la vida no deben quedar enseñanzas pendientes o inconclusas. Es misión de los padres guiar más no prohibir ni interferir en oportunidades de aprendizaje que la misma vida o, quizá, algo tan incomprensible e inexplicable como el destino pone frente a sus hijos. A los hijos hay que ayudarlos a equivocarse y acompañarlos en las caídas para servir de apoyo en la consecuente necesidad de levantarse. Pero hay que ayudarlos a que sus equivocaciones y el aprendizaje que conllevan sucedan en la infancia y en la adolescencia, no permitan que lleguen a la adultez sin haber “adolecido” lo suficiente.
Las caídas, derrotas y tan conocidas “equivocaciones” (que no deberían ser catalogadas con esta última palabra pues muchas veces son lo más aprecido a “males necesarios”) o más coloquialmente “embarradas”, “cagadas”, “macanas”, “metidas de pata”, etc., son proporcionales en magnitud a la edad del protagonista que las lleva a cabo. Esto en un estado “normal” de desarrollo, por supuesto se excluyen los casos de niños asesinos o con algún tipo de psicopatología que los excluye del desarrollo cognitivo y de conducta convencionales.
La forma de ayudarlos no es incitándolos al error, es no impidiéndoles cometerlo cuando están frente a él, eso sí, ofreciéndoles las explicaciones necesarias para que sea decisión del hijo caer o no caer, sin limitaciones, prohibiciones ni imposiciones; es cuestión de darle espacio para expresar su libre albedrío. Si decide dar el paso al error, a pesar del conocimiento del hecho, proporcionado por su padre-guía, es evidente que es un aprendizaje que debía afrontar y que no iba a adquirir de otra forma que experimentándolo de manera vivencial. Si no lo aprende en el instante, en algún momento seguramente la vida lo enfrentará de nuevo, ya sin acompañamiento del guía, y ahí por fin aprenda lo que quedó pendiente… quizá ya con efectos no reversibles y de mayor complejidad.
Acompañar a los hijos a través de este tipo de acciones fortalece la confianza mutua. No se hace necesario para el hijo cosas como mentir u ocultar verdades, ¿para qué? si encuentra en sus padres a los mejores consejeros.
Por favor, por nada del mundo les permitan llegar vírgenes al matrimonio, considerando que aún la gente, no toda, cree en esta institución. Y por nada del mundo justifiquen embarazos y nacimientos no deseados por razones ajenas a la razón. Las cosas hay que vivirlas y probarlas con las debidas precauciones y está en los padres darles a los hijos esas herramientas para saber decidir en cada caso. No es lo mismo jugar a las muñecas, jugar al “papá y a la mamá”, que ser padres a destiempo y, peor aún, que esperar hijos de alguien a quien después se va a detestar.
Está en los padres enseñar a sus hijos a tomar decisiones racionalizando sus emociones e infundiendo emoción a lo que se fundamente en la razón. El acto de decidir no debe responder exclusivamente a la razón, pero tampoco únicamente a las emociones: no somos sólo cerebro, ni sólo corazón. No parece fácil, de ahí la importancia de que las personas asuman la maternidad-paternidad en una edad o tiempo de la vida adecuado, pues sólo la experiencia da estas lecciones. Es sólo por este medio que se aprenden a conocer los matices, esos grises necesarios e inherentes a la naturaleza humana.
Hay cosas que yo ahora me pregunto, “¿cómo, a mi edad, pude “meter la pata así”?”. Como dirían por aquí, me faltó “mucha calle”. Hubo lecciones que debía aprender antes y que vine a entender cuando los errores eran ya grandes: “enanos que crecen de repente y que ya no pueden dejar de hacerlo”. Así son los errores adultos y así llegan a crecer cuando el joven no tomó la lección a tiempo. Pero bueno, ya no lloro, no tanto. Sólo me da algo de rabia haber sido tan ingenua en varios momentos de mi vida y descubro que tuve oportunidades de aprendizaje que por mi absurda obediencia y “ñoñez” (siempre fui una especie de nerd) no aproveché; debí ser más desafiante y rebelde cuando correspondía. Después de todo, agradezco a mi racionalidad porque, a pesar de los errores, no hay arrepentimientos y tampoco cargaré por mucho tiempo con las consecuencias.
En la vida no deben quedar enseñanzas pendientes o inconclusas. Es misión de los padres guiar más no prohibir ni interferir en oportunidades de aprendizaje que la misma vida o, quizá, algo tan incomprensible e inexplicable como el destino pone frente a sus hijos. A los hijos hay que ayudarlos a equivocarse y acompañarlos en las caídas para servir de apoyo en la consecuente necesidad de levantarse. Pero hay que ayudarlos a que sus equivocaciones y el aprendizaje que conllevan sucedan en la infancia y en la adolescencia, no permitan que lleguen a la adultez sin haber “adolecido” lo suficiente.
Las caídas, derrotas y tan conocidas “equivocaciones” (que no deberían ser catalogadas con esta última palabra pues muchas veces son lo más aprecido a “males necesarios”) o más coloquialmente “embarradas”, “cagadas”, “macanas”, “metidas de pata”, etc., son proporcionales en magnitud a la edad del protagonista que las lleva a cabo. Esto en un estado “normal” de desarrollo, por supuesto se excluyen los casos de niños asesinos o con algún tipo de psicopatología que los excluye del desarrollo cognitivo y de conducta convencionales.
La forma de ayudarlos no es incitándolos al error, es no impidiéndoles cometerlo cuando están frente a él, eso sí, ofreciéndoles las explicaciones necesarias para que sea decisión del hijo caer o no caer, sin limitaciones, prohibiciones ni imposiciones; es cuestión de darle espacio para expresar su libre albedrío. Si decide dar el paso al error, a pesar del conocimiento del hecho, proporcionado por su padre-guía, es evidente que es un aprendizaje que debía afrontar y que no iba a adquirir de otra forma que experimentándolo de manera vivencial. Si no lo aprende en el instante, en algún momento seguramente la vida lo enfrentará de nuevo, ya sin acompañamiento del guía, y ahí por fin aprenda lo que quedó pendiente… quizá ya con efectos no reversibles y de mayor complejidad.
Acompañar a los hijos a través de este tipo de acciones fortalece la confianza mutua. No se hace necesario para el hijo cosas como mentir u ocultar verdades, ¿para qué? si encuentra en sus padres a los mejores consejeros.
Por favor, por nada del mundo les permitan llegar vírgenes al matrimonio, considerando que aún la gente, no toda, cree en esta institución. Y por nada del mundo justifiquen embarazos y nacimientos no deseados por razones ajenas a la razón. Las cosas hay que vivirlas y probarlas con las debidas precauciones y está en los padres darles a los hijos esas herramientas para saber decidir en cada caso. No es lo mismo jugar a las muñecas, jugar al “papá y a la mamá”, que ser padres a destiempo y, peor aún, que esperar hijos de alguien a quien después se va a detestar.
Está en los padres enseñar a sus hijos a tomar decisiones racionalizando sus emociones e infundiendo emoción a lo que se fundamente en la razón. El acto de decidir no debe responder exclusivamente a la razón, pero tampoco únicamente a las emociones: no somos sólo cerebro, ni sólo corazón. No parece fácil, de ahí la importancia de que las personas asuman la maternidad-paternidad en una edad o tiempo de la vida adecuado, pues sólo la experiencia da estas lecciones. Es sólo por este medio que se aprenden a conocer los matices, esos grises necesarios e inherentes a la naturaleza humana.
Hay cosas que yo ahora me pregunto, “¿cómo, a mi edad, pude “meter la pata así”?”. Como dirían por aquí, me faltó “mucha calle”. Hubo lecciones que debía aprender antes y que vine a entender cuando los errores eran ya grandes: “enanos que crecen de repente y que ya no pueden dejar de hacerlo”. Así son los errores adultos y así llegan a crecer cuando el joven no tomó la lección a tiempo. Pero bueno, ya no lloro, no tanto. Sólo me da algo de rabia haber sido tan ingenua en varios momentos de mi vida y descubro que tuve oportunidades de aprendizaje que por mi absurda obediencia y “ñoñez” (siempre fui una especie de nerd) no aproveché; debí ser más desafiante y rebelde cuando correspondía. Después de todo, agradezco a mi racionalidad porque, a pesar de los errores, no hay arrepentimientos y tampoco cargaré por mucho tiempo con las consecuencias.
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