lunes, 27 de mayo de 2013

Historias de hermanos



...mayo 25 de 2013

La pequeña de 5 años tenía un sueño que ansiaba con todas sus fuerzas. No tenía claro cómo vienen los niños al mundo, pero sabía que, para el caso de su familia, la responsabilidad estaba en sus padres. Por alguna especie de truco mágico lo que ella tanto esperaba debía pasar por el vientre de su madre igual que ella ya lo había hecho antes; todo lo que ella pedía en la vida era, por supuesto, un hermanito con quien jugar.

Ruegos y llantinas se convirtieron en sus rutinas diarias durante algunos meses, frente a su madre o frente a “papá lindo” pidiendo “¡por favor! Yo quiero tener un hermanito”. Al parecer los deseos infantiles tienen tal fuerza que son capaces de movilizar y de cambiar el mundo. Fue así que una noche en aquel departamento del centro de la ciudad su madre le anunció que su anhelo se haría realidad en 9 meses. Qué dicha infinita la de esa pequeña, su reacción inmediata (que aún 25 años después recuerda con nitidez) fue saltar y saltar como queriendo tocar el techo, gritando con todas las fuerzas de sus emociones “¡síiiiii, sí, sí, voy a tener un hermanito!”, tanta felicidad no cabía en su cuerpecito y se desbordaba como fuentes brillantes desde su corazón.

Sus padres debieron intentar controlarla, pues ella no sólo gritó para ellos sino que lo hizo por las ventanas que daban a la calle, abrió la puerta que daba a un corredor extenso del edificio de apartamentos y descargó toda la energía de sus pulmones y de su vocecita “ronqueta” para compartir con el mundo la noticia tan esperada y tan grandiosa. Y no fue en vano, sí que lo merecía esa pequeña semillita que en ese momento brotaba en el vientre de su madre.

Durante varios días no hubo más tema de conversación para la niña, soñaba si sería un niño o una niña, imaginaba enseñándole juegos aunque no lograba darle una imagen definida a su hermanito que apenas se iba asomando a la vida con la percusión de un corazoncito del tamaño de una almendra. Y así pasaban los días, entre controles médicos, compras de ropa talla 0 y la decisión del nombre que llevaría el nuevo ser, tema que llegó a ser de discusión para sus padres. El padre quería darle uno de los nombres de los abuelos, la madre se negaba y la nena estaba de acuerdo con ella.

Se decidió por fin un nombre, pero éste cambió a último momento. La madre, hermosa, cuidaba el estuche de su cuerpo que llevaba al bebé, en especial porque el chiquitín sentía el llamado constante y presuroso de su hermana y quería salir a la luz muy pronto, él también quería jugar, tanto que puso en aprietos a su madre. Fue así que intentó salir antes del tiempo programado por el médico en varias oportunidades.

Un día la pequeña se levantó para ir al colegio y vio que su madre estaba algo ansiosa. Ella le dijo que quería acompañarla a la ruta del colegio y dejar todo listo porque ese día nacería el bebé. Lo dijo sin temores, seguramente disimulando los fuertes dolores previos al parto, para darle tranquilidad a la nena que empezó a repetir la escena de la noche en que recibió la noticia soñada.

Era jueves, todos los chicos de la ruta escolar se enteraron del acontecimiento por venir. Desde que ella subió, olvidó los buenos modales enseñados por su madre y sólo acertó a decir orgullosa “¡hoy va a nacer mi hermanito!".

El primer encuentro de los hermanos sólo fue hasta unos días después del nacimiento. El bebé y su madre pasaron los primeros días en casa de los abuelos, para contar con la ayuda y cuidados de la conocedora abuela. Mientras tanto, la nena quedó bajo los cuidados de la más joven de sus tías. Su padre se encontraba de viaje al momento del nacimiento. Fue un hermoso niño, 3,600 g de ternura y 49 cm de células humanas perfectamente distribuidas. Toda la alegría contagiosa contenida en el pequeño cuerpo de un recién nacido.

La primera vez que lo vio, la nena se decepcionó un poco. Por alguna razón esperaba encontrarlo ya en actitud de salir corriendo a jugar con ella y a cambio se había encontrado con un bebé como un muñequito frágil que sólo comía y dormía, ¡ah!, y algo que no le gustó, lloraba. Poco a poco se fue acercando a él y entendiendo que tenía que seguir esperando para poder jugar. Fue viendo que aun así le resultaba divertido verlo y cuidarlo, su presencia le hacía sentirse una niña grande y capaz de asumir responsabilidades.

Esos primeros días de vida alcanzaron para definir el nombre del bebé, de nuevo el debate. El pequeño se salvó de llevar algún nombre arcaico de sus antepasados y tampoco llevó el nombre decidido por su madre. El nombre elegido fue el que la hermanita puso sobre la mesa de debate: Juan Camilo. ¿De dónde salió el nombre? Un misterio, pero era uno que a ella le resultaba muy sonoro y con el cual identificaba la imagen de su hermanito.

Al principio no le era permitido llevar al bebito en brazos, pues ella apenas tenía 6 años. Después, la confianza de sus padres y de ella misma aumentó para poder intentarlo. La sensación de cercanía y afecto fue maravillosa. Sintió que tenía la vida entera de su hermanito en sus pequeños brazos, qué vivencia grandiosa para alguien con una vida aún tan corta.

El tiempo pasó rápido y no fue necesario esperar mucho para poder jugar y reír juntos. Juan Camilo resultó ser un bebé muy cariñoso y gracioso, de las únicas personas que se despiertan con una sonrisa cada mañana. Apenas aprendió a hablar y ya se inventaba tonadas y letras de canciones que hacían a su hermana explotar de risa. No había en el mundo un ser más gracioso para ella que su propio hermanito. Apenas aprendió a dibujar y no había un niño de su edad que lo hiciera mejor, sus diferentes talentos dejaban ver con claridad que se trataba del espíritu de un artista; y la vida y sus paradojas se hacían evidentes al atraer almas sensibles al hogar de un Capitán.

Entre risas y juegos compartieron ambos una infancia feliz. Cómo olvidar el juego que inventaron que consistía en envolver al pequeño en una manta y darle vueltas, ella lo tomaba en brazos y lo dejaba en algún lugar del apartamento y él tenía que adivinar en dónde estaba antes de sacarse la manta. Era muy difícil atinarle a una buena orientación en medio del mareo y la manta, pero era el mejor juego hasta que él creció y se hizo imposible para ella alzarlo.

Y el tiempo que nunca se detiene siguió corriendo para todos. Este texto podría ser una historia de varios tomos. Ya con 24 años, ese pequeñín sigue siendo el Bebé de su hermana. Sigue con sus características risa y carcajadas, con su carisma y musicalidad. Geográficamente ya no están cerca, no obstante, el afecto entre hermanos es un lazo inquebrantable y que se adapta a los cambios que la edad y la experiencia llevan a la vida de cada uno. Ambos fueron y serán partícipes de la construcción del otro de formas significativas e imborrables.

Así es el amor de hermanos.


Dedicado al loquito feliz de mi hermanito en su cumpleaños no. 24.
Te quiero mucho Bebé.

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