...marzo, 2013
Hoy es el cumpleaños de mi madre, la noche no pasó
desapercibida gracias a un largo y extraño sueño que tuve mientras dormía. En
la oscuridad de una madrugada que sigue las notas en la persiana de una noche
lluviosa, he despertado de repente intrigada y sostenida por un hilo de
acontecimientos extraños sucedidos mientras dormía. Sí, fue un sueño. Y si bien
no logro conectarlo con vivencia, idea o pensamiento alguno de esos que en
algún lugar del subconsciente, por razones usualmente irracionales, quedan
revoloteando en nuestra mente, puedo decir que me ha dejado fascinada; en
especial por encontrar emociones exaltadoras en lugares que desconozco y que
eran los escenarios del sueño y en personas extrañas e interesantes, a su
manera, que jamás he visto.
Voy con un grupo de personas de edades diversas, hay niños y
personas mayores, hombres y mujeres que parecen de diferentes procedencias por
su aspecto múltiple. Estamos por un camino que nos lleva hacia una gran
montaña, pero nuestro plan no es llegar a la cima, pretendemos llegar al medio
de su gran y verde estructura, lugar en el que se encuentran las habitaciones
en las que pasaremos la noche. Éstas están en su interior. Siento curiosidad y
un poco de ansiedad por llegar y ver cómo pueden ser las habitaciones insertas
en aquél lugar, no me imagino su arquitectura y deseo que el camino se haga
corto para poder apreciarlas. Sin embargo, no dejo de disfrutar el paisaje, es
hermoso. Es una zona montañosa llena de mucho verdor y deshabitada. No hay
casas ni caminos además del que pisamos, ni nada que señale el paso de personas
por el territorio. Está por llover y por anochecer y debemos acelerar un poco
la marcha para alcanzar sin mojarnos la “boca” de la montaña. Ella abrigará
nuestro descanso cómo sólo una madre protectora sabe hacerlo. La idea me llena
de satisfacción y emoción y no me incomoda que mis compañeros de caminata, en
ella mis “hermanos”, no me sean familiares. Lo más hermoso es que todo allí,
incluidos los desconocidos, me despierta interés y curiosidad. Siento una linda
confianza, sé que son personas amigables y buenas.
Por fin llegamos. Sólo unas pocas gotas han tocado nuestra
ropa, por fortuna, sin haber enlagunado nuestros planes. Allí adentro al estar
todos reunidos y no en caminata nos vemos más numerosos. La comunidad resulta
caótica por unos instantes, en especial por los chiquillos que corren jugando
hacia cualquier parte. Yo estoy atenta a ver dónde dormiremos y no deja de
sorprenderme el hecho de saber dónde estoy y el que a alguien se le haya
ocurrido algún día hacer una estructura así en un espacio como ese. Qué
ocurrencias que tienen algunos.
El lugar es cálido, agradable y muy confortable. Sin lujos,
rústico y con una evidente pretensión de no hacernos olvidar que estamos en
contacto con la tierra, con su calidez, cierta humedad y cierto olor a plantas.
Yo me sentía agradecida por esas delicadas sensaciones, pues era consciente de
que en mis escenarios cotidianos hay poco acercamiento a la naturaleza y es
algo que me resulta de una emotividad e inspiración infinitas.
La noche del descanso dio un salto al día posterior. Resultó
que fue un día de descubrimientos: la naturaleza da vida y alberga también a
sus demonios. Son ellos seres que están por ahí con la misión de desviar
nuestra calma. La tranquilidad lleva a las personas a la pasividad, por
comodidad se olvidan de cultivar un poco más. Ellos aparecen para recordarles
que hay ideas por movilizar, dificultades por sobrepasar y acciones por
realizar. Nos interesamos con mis nuevos amigos en buscar a esos demonios,
ocultos en la plaza de un pequeño pueblo, en las habitaciones de la montaña, en
cualquier lugar al que vamos.
En la plaza, me asomo por una pequeña barda que se encuentra
al lado de una escalera de piedra. Allí veo una niña que al parecer tiene
varios rostros en su cabeza, en total conté tres de estos. Lo noto porque está
jugando con alguien a girar su cabeza para alternar sus respuestas de acuerdo
con cada cara. Verla me aterra, me parece un ser horrible. Se lo comento a una
chica de mi grupo y le cuento mi hallazgo. Ella desvía su mirada y cuando doy
vuelta a mi cabeza para averiguar qué es lo que ha atraído su atención,
descubro que la pequeña está justo detrás de mí, con su rostro o rostros a la
atura de mi cuello. No llego a saber cómo subió a la barda tan pronto, ni cómo
se sostiene sin caer. No creo que haya escuchado lo que dije, pero me cuesta
mucho esfuerzo mirarla tan de cerca sin mostrarle con mis gestos la repulsión y
temor que me inspira “su rostro”. Descubro de cerca que en realidad tiene dos
rostros, divididos por un par de orejas dobles, muy extrañas. Ella me mira
fijamente, yo la saludo y ella me corresponde. No puede evitar mostrar su
curiosidad de niña al ver a dos chicas jóvenes y provenientes de otros lugares,
no hay maldad en el rostro que nos muestra, pero es difícil sentir comodidad
con su presencia. Nos despedimos y ella se queda con su curiosidad frustrada,
se nota en su expresión, cuánto rechazo ha de haber recibido en su corta vida y
cuánto más que no ha vivido aún.
Un miembro del grupo, un señor cincuentón de barba grande
nos propone buscar a los demonios, al parecer, con el tiempo, han aparecido en
la naturaleza más de los que deberían estar, esto es más de los necesarios. En
un principio, cuando vi a la pequeña, pensé que era uno de ellos, pero me di
cuenta que me dejé llevar por su aterradora apariencia y habilidad para trepar.
El hombre nos aclara que los demonios pueden estar bajo cualquier forma y en
cualquier lugar. Pueden incluso llegar a engañarnos con su belleza.
Poco a poco, mis compañeros van encontrando demonios en los
lugares más insospechados. Incluso en la boca de la montaña que nos había
albergado. Yo no encuentro alguno y, a cambio, he hecho amistad con varios de
mis “hermanos” del grupo. El hombre de barba sabe qué hacer con los hallazgos y
todos estamos presentes cuando alguien encuentra uno. Si había algo más
aterrador que la niña en la plaza era descubrir el aspecto real de los
demonios. Eran seres desagradables en esencia y lo podíamos comprobar cuando el
hombre descubría ante todos nosotros su verdadera naturaleza. Cada hallazgo era
un triunfo para el grupo y un motivador de bienestar por el trabajo cumplido.
Desperté, sí, mi sueño terminó. No fui buena en la búsqueda.
No obstante disfruté el gusto de haber compartido con tan maravilloso grupo,
sería lindo conocer a alguna de esas buenas personas de quienes ya ni recuerdo
sus rostros.
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