(Algo del 2010)
“Somos la revista porno-amarillista de los
europeos”, lo he dicho ya varias veces, aunque siempre genere un debate incómodo y miradas de
desaprobación de mis conocidos. Así es, Latinoamérica y nosotros, los
latinoamericanos, despertamos desde hace mucho tiempo el morbo, con el que
somos significativamente condescendientes, del disfrute con la miseria ajena,
con las injusticias sociales, con la violencia y el narcotráfico, con los
grupos étnicos (“¡ay! Tan lindo el indiecito con barriga”; “¡¡que sexy ese
negro!!”).
Por estas y muchas razones he desarrollado
una especie de repudio fascista por los habitantes promedio del “primer mundo”.
No tolero su turismo para adolescentes y adultos jóvenes con destino a su
primer encuentro sociológico con la miseria exótica y folclórica de los
latinos. Me tiene sin cuidado lo que hagan con sus traseros, si se acuestan o
no con un negro o una negra o con un mestizo, mulato, trigueño o con algún
“latin lover” pues al final ambos la pasan bueno y se hace intercambio
corpo-cultural, ahí no hay lío; eso sí, siempre y cuando no vengan a
contagiarnos sus porquerías, como ya lo hicieron sus antepasados con los
nuestros. Bueno, eso del sexo no me incomoda, lo de la fiesta y la bebeta,
tampoco. Lo que me choca sobremanera es esa actitud de antropólogos salvadores,
de aparentes hippies sensibles e impresionables con la riqueza cultural de
nuestra gente, de buenos samaritanos (como si no estuviesen acostumbrados y
formados por un sistema educativo diferente al nuestro, con oportunidades y
accesos a otros sistemas y sectores que para un latino promedio son
problemáticos, ineficientes y costosos; esto ya interpone un velo en esa
presumida sensibilidad hacia vivencias y rutinas que jamás lograrán comprender
en una visita rápida de contacto con la realidad de aquellos a quienes ven como
menos civilizados e inteligentes que ellos).
Después se pavonean exhibiendo fotografías,
por ejemplo, alzando a un niño perteneciente a algún grupo étnico o con el
rostro de algún anciano al que se le paran las moscas en un pueblo mugriento y
olvidado o con los grafitis de luchas
obreras y sindicales, etc. Y así se convierte nuestra realidad en una anécdota
de un visitante que se muestra sorprendido, en un bar parisino o londinense o
qué se yo de qué lugar de los países del “primer mundo”, como una burla más de
mal gusto de los descendientes de quienes han venido saqueando nuestros
recursos a lo largo de la historia.
¿Cuántos de ellos estarían dispuestos a
quedarse y a acompañarnos a cambiar lo que perciben como problemático? Menos
que menos. Por estas tierras vienen sólo por el veranito, se broncean, se ponen
tetas y ahí sí se toman la foto con el indiecito. Las que no se ponen las
tetas, también se toman la foto, y también se acuestan con el “caliente chico
latino”. Y se llevan la experiencia socioantropológica más profunda de sus
vidas. Jajaja. Se mean en nuestras calles, se drogan y vomitan la tierra que
visitan… y luego se atreven a negar la entrada a nuestra gente cuando ésta
quiere visitar la de ellos.
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