...mayo 2009
Paréntesis: este texto
lo escribí hace 4 años exactamente, la misma cantidad de tiempo que llevo
viviendo fuera de mi país de origen. Como expatriada no cambiaría esta
situación de estar lejos, a pesar de que se extraña, pues este es el lugar que
elegí para vivir porque aquí me siento a gusto. Al fin y al cabo uno no elige
dónde nacer o ¿sí? y si ese fuera el caso, siempre se es libre de cambiar de
opinión. Fin del paréntesis.
Sobre las
cosas que no extraño…
No extraño ni un
poquitín el acartonamiento rolo, ni el clasismo colombiano. No extraño mis
pantalones aburridos, sí, los famosos pantalones de poliéster que, según
algunos, favorecían mi “imagen profesional”. Ni los tonos oscuros, ni las telas
“serias” y poco frescas. No extraño, definitivamente no, el sistema de transporte
daña-sonrisas.
No extraño los
excesivos formalismos ni pleitesías. Tampoco la visión mono-variable acerca de
las múltiples opciones de vida, ni los discursos sobre lo que es correcto o no,
sobre lo que una mujer es y no es, ni sobre el tan anhelado modelo americano de
familia.
No extraño el hecho de
tener que aparentar ser perfecta, cuando apenas estoy en proceso de intentar alcanzar
algo tan sublime como la perfección. No extraño ser criticada por no prevenir,
en ciertas ocasiones, cometer errores. De hecho, no extraño que casi todo lo
humano sea considerado un error.
No extraño mi inmenso
listado de prejuicios, y por supuesto, tampoco el amor que con el tiempo se
convierte en “formal”. No extraño la rigidez educativa, ni la presión social,
ni la banalidad y superficialidad mediática.
Tampoco el excesivo
patrioterismo frente a un escenario caracterizado por un Estado que no ofrece a
sus ciudadanos ni siquiera las más básicas garantías sociales como el acceso a
la salud y a la educación de todos. ¿Qué le agradecemos y celebramos entonces a
ese Estado que representa a esa Patria nuestra?. No extraño nada de eso, esa
complaciente hipocresía de los colombianos, esa falta de una educación crítica
y constructiva que le quite el velo a esa mayoría iletrada.
No extraño el temor en
las calles, por culpa de una sociedad repleta de recursos que no es capaz de
compartir. No extraño mis estados urbanos
postmodernos de ansiedad y depresión.
Sobre las
cosas que extraño…
En resumen,
maravillosos seres humanos: mi madre, mi hermano, mis abuelos. Extraño una gata
antipática y adorable, y unas cuantas montañas. Extraño las acogedoras
reuniones de familia y el infaltable tinto endulzado con panela. Los
atardeceres soleados que llenan de colores mágicos el cielo capitalino.
Extraño a mis más
sinceros amigos, los de las luchas y afinidades, los de los secretos, los de
los sueños compartidos; extraño a los enigmáticos, a los simples y a los locos
(que son todos). Las charlas de café, acompañadas con helados y croissants. El
brindis con aguardiente, porque así hemos crecido, a punta de tragos fuertes;
porque no dejamos de ser una raza dolorida, pero ante todo furia y verraca.
Extraño los patacones,
las papas criollas, el salmón, los camarones, la mojarra, los valúes, las
feijoas, la papaya (no “dar papaya”) y, cómo no, la fruta en las mañanas
preparada por las manos de mi bella madre. Extraño las interminables charlas
con ella, escuchar atenta sus conocimientos y su radio matutina. ¡Cuánto me ha
enseñado mi madre!
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