... enero de 2015
A veces temo haberme acostumbrado a las turbulencias, en especial cuando los tiempos de calma y aparente estabilidad se me tornan aburridos, sin contenido y sin enseñanzas. Por momentos pienso que me busco intencionalmente, de una forma inconsciente, lo que los demás llaman “problemas” o “personas problemáticas”. Pero, ¿qué o quién es “normal” hoy en día? Hay tanta gente tan convencional y tan aburrida caminando por las calles, tanto “más de lo mismo” que la mejor opción que queda para las personas sensibles e inconformistas como yo es buscar ponerle la sal y el azúcar a nuestras propias vidas. Como muy bien lo decía Charly García (en versión femenina), “voy buscando el placer de estar viva” y es algo frente a lo cual no me puedo quedar quieta, ni un poco.
En este mundo de locos conformistas, los revolucionarios y las personas de corazón rebelde han sido calificados por la mayoría como locos o enfermos. ¿Qué criterio tiene una sociedad fundamentalmente enferma para juzgar a quienes deciden salirse de la línea tradicional? De niños nos enseñan a juzgar negativamente las diferencias que hay en los otros, pero de adultos está en nosotros mismos el poder interior de reconocer esas diferencias y de analizar si están tan mal como quizá nuestros padres o abuelos nos enseñaron. Es allí donde radica la verdadera libertad: ¿qué tan capaces y hábiles somos para pensar los viejos patrones y juicios heredados? Pero, mejor aún, ¿qué tan fortalecidos estamos para desprendernos definitivamente de muchos de ellos?
A propósito del tema, una frase honesta:
Varios de los juicios equivocados han sido construidos y transmitidos por generaciones con el fin de “preservar la especie” (por decirlo de alguna manera). Pero hay juicios que como fuertes piedras dificultan que nuestra mente despierta los talle un poco y los readapte a los nuevos tiempos o a nuestras nuevas mentes que sí, también evolucionan.
Y ¿qué nos puede liberar de las estructuras tan rígidas que traemos a cuestas? Sonará cliché, lo sé, pero he entendido que lo único que nos puede salvar es el amor. Ja, ja, ja. Lo sé. No es la crítica destructiva y sin sentido que surge del rechazo a las estructuras. No es el hecho de seguir la línea tradicional basada en juicios negativos hacia lo que es diferente, porque eso nos ubicaría en la misma posición habitual de “más de lo mismo”. Es la aceptación de lo que somos y de las herramientas con que hemos contado a lo largo de nuestras vidas y esto sólo se logra con una profunda percepción de amor. La aceptación y reconocimiento nos permite cambiar la óptica de nuestros juicios y así, sólo así, transformarlos y transformar nuestro accionar y nuestro entorno, realmente. Otro tipo de “revoluciones” o transformaciones basadas en emociones de rechazo y no de legítimo amor sólo nos llevarán a cubrir la situación, son disfraces de lo que no seremos capaces de modificar verdaderamente. Y sólo a través del amor la vida se disfruta infinitamente y es posible hallar el placer de vivir, no sólo instantes de placer sino permanentes visiones de felicidad. Y parecerá aún más loco que todo lo que he dicho hasta ahora, pero para lograrlo es necesario pasar por turbulencias, porque así somos los humanos: oximorones que necesitamos la oscuridad para ver la luz, de otro modo no reconocemos lo que tenemos en abundancia dentro nuestro y a nuestro alrededor.
El amor es la fuerza que nos guía de la luz hacia la oscuridad. La única luz más allá de lo visible que vale la pena seguir...
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