... abril de 2015
Es aterrador lo oscuro que puede llegar a
ser el reflejo del ego de una persona, lo hiriente, dañino y doloroso… sus
reacciones y respuestas de ataque son difíciles de llegar a predecir y olvidar
por mucho que uno así lo desee.
Esa parte brillante y divina que llevamos
todos dentro es capaz de perdonar aún aquellos ataques más atroces, pero,
también tenemos una mente terca que trae recuerdos sin que así nosotros lo
pidamos. Si bien éstos, en ocasiones, pueden ser imágenes y sensaciones de tiempos
mejores caen en la inevitable situación de transformarse en emociones de dolor.
¿Por qué es así cómo funciona? No tengo idea. Tal vez la verdad sea que nos
duele más aquello que ha sido bien querido y que nos ha respondido mal. Tal vez
sea que a causa de los golpes nos cuesta volver a querer con espontaneidad o
naturalidad como ya antes lo hemos hecho. Tal vez, después de tantos tropiezos
de nuestro propio ego con egos ajenos aún más grandes simplemente optamos por
evadir la posibilidad de un acercamiento sentimental con otros seres, quizá
porque nos hemos cansado (la desilusión de insistir en la existencia de
utopías), quizá porque no queremos repetir las mismas maneras de tropezarnos
(como resultado de los aprendizajes) o, quizá,
simplemente, porque ya hemos perdido la capacidad de creer.
Son tantas la probabilidades, los “tal vez”
y los “quizá”, y es tan ambiguo el lenguaje… lo cierto es que ¡es tan ambigua
la humanidad misma!. ¿Cómo puede ser posible tanta oscuridad proveniente de
seres capaces de tanta luz? ¿Cómo puede el ego humano ser capaz de aplastar
tantas posibilidades de creación de belleza… tantas posibilidades de armonizar
las diferencias y convivir en relaciones de iguales en las que domine el amor?
Es algo que no logro comprender y mucho menos aceptar.
Una parte de mí guarda una pequeña pero aún
viva esperanza en que es posible vivir y compartir abiertamente y sin reservas,
en que no tengo que cuidarme de cada nueva persona que se acerca a mí con
“buenas intenciones”, en que puedo profundizar y entregarme a las relaciones
sin temor a salir desilusionada, en que mi ego (al saber que no hay muchas
alternativas) no terminará usando a otros de manera trivial para autosatisfacer
su propio vacío ni para intentar devolver las piedras que ya ha recibido.
No soy lo que llaman “una perita en dulce”,
nadie lo es y eso lo tengo muy claro a estas alturas del camino. Sólo estoy un
tanto agotada de los caballos desbocados que pretenden ataviarse arrastrándome
sobre sus crines, tengo expectativas más amables sobre mi propio recorrido. Estas
emociones me recuerdan un poco el famoso spleen,
sí, puede ser que siento un gran hastío por la superficialidad, por la tan
común falsedad con bello rostro, por la inundación de egos y materialismo por
doquier, por la dificultad que encuentro en romper el falso cristal que nos
separa, por sentir que la mayoría del tiempo los humanos nos esforzamos más por
exponer una máscara correspondiente con las expectativas sociales que por sacar
a flote lo más radiante de nuestras almas que adoran jugar y dar amor.
Sé que no es imposible, aunque es probable
que sí sea muy difícil: somos el resultado de toda una estructura cultural
individualista, ególatra y banal. Un poco somos los desechos postergados de la Ilustración, los efectos colaterales de
la acumulación de capital… los abanderados del sinsentido. ¿Qué le vamos a
hacer? El rescate y potenciación de lo humano (instintivo, natural, intuitivo y
creativo) que aún nos queda es una necesidad inminente, ¿quién, como yo, se le
mide?.
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