… abril de 2015
Bajo una noche de tonadas graves y
melancólicas, en esa ciudad con un puerto de plata, el compás del dos por
cuatro empezó a escucharse. El inicial punto de encuentro elegido fue un gran
salón que acogía y latía con buen ritmo cada noche; una analogía de ese gran
corazón que pendía de su techo a pesar del paso del tiempo y del roce continuo
de los cuerpos, los tacos y las notas que visitaban su espacio casi fabulesco.
En medio de una tímida llovizna, llegó ella
allí con las flores prometidas. Sería la mujer con las flores que el hombre de
camisa violeta (el color favorito de ella) debía hallar entre una no tan masiva
multitud de bailarines. No fue difícil el encuentro, se reconocieron y sus
sonrisas brillaron de inmediato. Ya la ciudad estaba muy acostumbrada a estos
encuentros entre dos que bajo la excusa del Tango atinan, con suerte o no, a
conocerse y compartirse. Todos siempre viven tan solos en la ciudad, la ilusión
del abrazo transforma la realidad de muchos en apreciados momentos de
seducción, juego y cercanía, una aproximación pícara y emocional que evapora la
soledad en instantes definidos por cada canción que se deja danzar.
Al principio, mientras la música los
atravesaba, ambos se escucharon mutuamente, o al menos eso simularon, como una
especie de exploración previa a la entrega al baile. Por fin se arriesgaron y
saltaron de la mano a la pista, se abrazaron y su calidez humana y divina se
fundió en una sola llama viva. Los dos allí
al igual que las otras parejas en escena: múltiples historias entremezclándose
en una misma pista, como una especie de paradójica unidad segmentada de edades,
cuerpos y pisadas. Dos latitudes hasta ahora lejanas necesitando abrazarse en
el baile sagrado de la vida.
Terminado el primer tema, entre risas
nerviosas ella le preguntó a él sobre qué hablaban las parejas en ese breve
espacio en que muere una canción para dar lugar al nacimiento de otra. Hicieron
entonces un buen intento por construir una respuesta a uno de esos
interrogantes que no la tienen porque quizá simplemente no la precisan. Sucedía
que a ella le inquietaba lo corto que era el espacio de tiempo como para
iniciar una conversación o un tema nuevo que quedaría inconcluso e inconexo
para ser continuado en la próxima pausa, a la vez que era eterno como para
guardar silencio. En general, esos espacios le ocasionaban incomodidad a ella,
después de confesárselo, sin saber por qué, no resultó nunca más un momento
incómodo, especialmente en los tangos sucesivos que compartió con él.
Desde “La Isla de Capri” hasta “En esta
tarde gris”, uno a uno cada Tango se percibía y se dejaba llevar mejor que el
anterior. El abrazo se iba sintiendo más confortable y conector. Cada compás
despertaba aún más la sensación de cercanía, aunque tuviesen tan poco
conocimiento el uno del otro. Este último, a pesar de la curiosidad mutua, era
un asunto sobre el que ninguno de los dos tenía prisa alguna. Todo indicaba un
efecto natural de comprensión recíproca, desinteresada y rítmica que fluía sin
esfuerzos entre la musicalidad de un Tango y otro.
La simpatía y coherencia que su propia
cercanía hizo evidente los embriagó por completo, acabando con todas las
posibles distancias, etiquetas y temores que podían llegar a existir entre
ellos. Al repiquetear de la cuerda del bailarín gaucho en escena, entre miradas
y roces confusos, nació el primero de muchos e interminables besos de la joven
dupla. Es así que, entregados a la energía del Tango, la pareja de bailarines
que esa noche decidió bailar poco cedió a la fuerza de atracción de sus propios
abrazos y partió temprano del salón.
Los pocos temas bailados no significaron un
fracaso esa noche. Todo lo contrario, fue un acierto del Tango el haberles dado
una razón para encontrarse, la chispa debía encenderse aunque el tiempo que
quedaba para los dos fuese breve. Estaba en ellos seguir buscando razones para
volver a abrazarse e inventar bailes juntos. Era el inicio de una lucha
compartida contra el insatisfecho tiempo para que éste no diese un pronto final
a la chispa encendida esa noche en aquél salón. Eventos mágicos como este
encuentro, así como algunas distancias, historias y letras pendientes por ser
escritas, merecen trascender y sobrevivir al tiempo como un buen Tango.
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