Este texto puede considerarse una continuación de mi anterior entrada en este Blog, esta vez nutrido por algunas charlas que he tenido con amigos y amigas con respecto a esta dupla temática que “nos hace la cabeza” a todos: amor y sexo.
Hace algunos días, el tema se convirtió en motivo de debate en una de esas redes sociales que todos frecuentamos, hubo opiniones encontradas y diferentes experiencias personales sacadas a la luz. En lo que sí coincidimos hombres y mujeres fue en nuestro cansancio hacia la banalización del sexo al que tenemos que enfrentarnos: éste constituye cada vez con más frecuencia un medio de manipulación y de empoderamiento desigual. Nuestras propias libertades ganadas (las de las mujeres) sólo han cambiado las maneras de continuar haciendo transacciones con nuestro propio cuerpo, a través de construcciones sociales de femme fatale, de figurillas porn, de diosas del sexo... ¡ah! Lo olvidaba, por supuesto también de tradicionales reproductoras, con las consecuencias inherentes al uso del poder y manipulación que se da en la generalización de familias monoparentales, sin embargo esta última clasificación es otra cara del tema sobre la cual no trataré aquí pues ya la he incluido en otros textos.
Pero ¿qué nos queda de tanto goce? Al parecer tanto para ellos como para nosotras, muchos sinsabores y una importante y casi inalcanzable elevación de expectativas: ahora se nos dificulta amar, a pesar de ser éste un ideal de reciprocidad que la mayoría anhelamos. Parece contradictorio pero no es así, la esperanza y el temor nos condicionan y ambas responden a nuestras, en ocasiones, infortunadas experiencias.
Hay historias de alfombras color rosa y de vinilos con mensajes de amor en la pared, de foto de portada, de recuerdos intermitentes y espontáneos, casi fantasmales; de olvidos intencionales, posibles e imposibles, al fin y al cabo, historias que nos han llenado de armas -el arsenal del caído en múltiples batallas- y que también nos han dejado desarmados. Los duelos completos son procesos molestos pero necesarios. La mayoría de las veces veo a hombres y a mujeres que saltan de una relación a otra sin haber sanado del todo o en lo más mínimo los dolores de anteriores relaciones. Y eso de “un clavo saca a otro clavo” está bueno para filosofías livianas de adolescentes, pero no funciona bien para personas a las que un determinado número de años les ha otorgado una mayor cantidad de experiencias profundas y, por ende, cierto grado de “madurez” (aunque no me guste mucho citar esta palabra ambigua).
Y encuentro que muchos, muchos, no se dan el gusto de vivir uno o unos buenos duelos antes de involucrarse con otras personas. Todo esto lo digo asumiendo un escenario de relación de honestidad mutua en la que hay un cierto nivel de claridad en las reglas del juego de los integrantes de la nueva relación, en la que no hay mentiras u ocultamientos con respecto al estado de “soltería” de alguno de los dos. Pues no faltan los que niegan que tienen una pareja (desde hace un par de años), con final inconcluso o no, para obtener los beneficios de relacionarse con otra persona.
Pero, volviendo al tema del sexo, hay que admitir que no hay nada como hacerlo sin la mecanicidad del acto que otorga el amor. Si bien el fin último del sexo no tiene que ser la reproducción, tampoco tiene que ser el sexo el medio ni el fin último de las relaciones entre hombres y mujeres. No pretender entablar una relación “seria” o de noviazgo con un chico no implica que las mujeres sólo busquemos tener sexo con él ni que, directamente, él no nos interese. Al igual que “estar soltera” no es una señal ni indicador de “estar disponible”.
Pero, más allá del sexo, he notado que temo las señales, en especial cuando expresan un interés que parece ser genuino. Tanto “histeriqueo” masculino en respuesta a nuestra “liberación” femenina, me ha vuelto un ave asustadiza, como un frágil pero muy ágil colibrí cuando de escapar se trata. Me he convertido en una especie de escapista de promesas de amor y puedo ver que algo similar le sucede a varios de mis amigos y amigas, después de tantos desencuentros. Aclaro que no por esto dejamos de ser unos románticos ni unos eternos enamorados (¡o adictos!) del amor.
Después de este encadenamiento de frases un tanto desencadenadas de hoy, puedo afirmar con certeza que vivo una hermosa etapa de mi vida en la que no me interesa complacer a nadie y por eso estoy soltera, porque así lo he elegido y me siento muy tranquila, liviana y orgullosa de ostentar este “estado” que en varios años poco experimenté. No me veo en la necesidad de expresar un interés romántico o de coqueteo hacia nadie, simplemente porque hasta el momento no hay alguien que me despierte esas emociones. Si aparece (mi bien llamada “alma gemela hippie”), ese ya es otro cuento, pero por ahora disfruto mucho de mi ausencia de compromiso. Mis anteriores relaciones “importantes” fueron agotadoras y es muy gratificante ahora tomarme mi tiempo para seguir creando mi camino con los matices y colorinches que sólo a mí me gustan… creo que por fin entendí que no necesito los halagos o mimos de otro para sentirme completa y feliz con la vida, no necesito alimentar mi ego porque éste ya no está hambriento de atención.
Ojalá todos pudiésemos ser conscientes de nuestra propia completitud para, en ese caso, sí pensar en algo como la complementariedad.
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