Investigar a fondo sobre el hecho de parir no podía ser la excepción para alguien quien, como yo, se cuestiona todo, le gusta estar informada en detalle y se toma a conciencia cada decisión que debe asumir. Así fue que me embarqué en esta maravillosa experiencia del parto consciente, respetado o humanizado.
Mi hija nació en casa, el trabajo de parto fue compartido con su padre y fuimos todos guiados en el proceso por un grupo de tres sabias parteras (Alexandra, Mónica y María). Las contracciones continuas tuvieron una duración de aproximadamente 10 horas hasta que nuestra pequeña decidió por sí misma honrarnos con su aparición en escena; fueron dolorosas, no lo voy a negar. Sin embargo, forma parte de lo que implica parir y siempre admití que el día en que tuviese la oportunidad de hacerlo quería que fuera tal y como la naturaleza llama a hacerlo, quería experimentar en carne propia lo que es dar a luz, sin anestesias ni procedimientos médicos innecesarios, con todo el amor e intimidad y con todo el instinto.
He comenzado este escrito por el momento cumbre del nacimiento, pero éste no hubiese sido posible sin todo el proceso de búsqueda y conocimiento que, como madre primigenia, viví desde el momento en que supe que estaba embarazada.
Al haber vivido durante varios años fuera del país tuve la oportunidad de conocer acerca de conceptos como el parto respetado. Incluso tengo amigas que han sido líderes de toda una lucha social alrededor del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y sobre cómo desean que sus hijos vengan al mundo. Tuve la fortuna de ver sus triunfos al lograr que sus derechos y peticiones se integraran a la agenda pública y se convirtieran en leyes nacionales. Infortunadamente, ello es algo que no se ha logrado aún en Colombia, pues estos términos ni siquiera existen en nuestra legislación y a diario se vulneran los derechos de las mujeres con prácticas obstétricas violentas que están normalizadas y con prejuicios con respecto a la decisión de parir en casa. Me da tristeza decirlo, pero hay mucha ignorancia al respecto en nuestro contexto y ello da pie a que sigan vigentes prácticas que ya ni la misma OMS (Organización Mundial de la Salud) aprueba así como argumentos medievales a la hora de traer los hijos al mundo. Las colombianas, en su mayoría, ni siquiera conocen sus cuerpos ni lo que ocurre con ellos y con sus emociones cuando están embarazadas, cuando dan a luz y en el posparto o puerperio. Y si hay algo cierto es que, como dicen por ahí, la ignorancia hoy en día es una elección, pues salvo con algunas pocas excepciones, hoy contamos con un amplio acceso a la información.
Retomando, cuando supe que estaba embarazada comencé mi búsqueda de un grupo de parteras que me acompañaran y guiaran a parir junto al papá de mi hija en nuestra casa. En el proceso me encontré con las carencias que ya mencioné acerca de nuestra legislación, encontré que para el caso de Bogotá contamos con algunos grupos de partería urbana y, además, me encontré con un millón de críticas y cuestionamientos de parte de muchas personas con respecto a mi decisión “loca”, “irresponsable” y “hippie” de parir fuera de una clínica. Nada más distante de estos adjetivos, estas personas no comprendían que lo que buscaba era ejercer mi derecho de parir conscientemente: en mi espacio seguro, con la compañía del padre de mi hija, sin episiotomía, sin anestesia ni inductores de dilatación, en los tiempos de mi bebé y no en los de la agenda de alguna clínica, sin costuras, sin prisas, sin fórceps, sin tactos y en posición vertical (con el apoyo natural y evidente de la fuerza de gravedad).
En mi búsqueda mi intuición me llevó a confiar mi proceso al grupo de parteras de Katoni Piru. Ellas compartieron conmigo sus conocimientos y experiencia, el aprendizaje fue inmenso e invaluable. Su acompañamiento no fue sólo a nivel de mis cambios físicos sino que implicó todo un acompañamiento psicológico, simbólico e incluso espiritual.
Durante mi embarazo los temores de mi familia me llevaron a dudar en varios momentos acerca de si realmente quería parir en casa o bajo la seguridad de una clínica, al fin de cuentas estaba pagando uno de los más costosos y, por ende, de los “mejores servicios médicos del país”. En un punto estaba tan confundida que no sabía si estaba equivocada y si quizá mi familia tenía razón, a pesar de saber que todo mi embarazo fue perfecto y de que mi parto sería, como me decía el obstetra, de “bajo riesgo”.
Curiosamente, la respuesta a mis dudas la encontré en una clínica muy prestigiosa de Bogotá. Allí llegué un día a la sala de urgencias con dolores de cabeza y en mi panza. Los dolores bajos resultaron ser contracciones, del orden de 5 a 6 cada media hora. De acuerdo con los médicos, estaba a punto de dar a luz y debía quedarme hospitalizada, pues estando en la semana 36 era algo apresurado. Ellos decidieron entonces inyectarme una medicina que, en teoría, reduciría el número de contracciones que estaba teniendo. Dicho químico me produjo unas reacciones horribles: mareos que no me dejaban parar de la cama, terribles dolores de cabeza y, lo peor, una subida de tensión que jamás había tenido en mi vida. A pesar de ello, la decisión médica fue aumentarme la dosis, según ellos porque eso funcionaría con mis contracciones y, por ello, debía aguantarme lo que estaba sintiendo. No obstante, las contracciones sólo bajaron a 4 y los médicos concluyeron que eran “falsas contracciones” y que debía irme a casa y conservar quietud. La verdad es que, a consecuencia de todos los medicamentos que me dieron (más de 3 diferentes) salí de allí sintiéndome peor que cuando entré. Conclusión evidente: “le guste o no a mi familia, no son este tipo de prácticas las que quiero para mi parto… me voy a parir en mi casa”; y esto sin mencionar un par de batallas que debí enfrentar con mi EPS, sí, la costosa.
Hoy, después de un mes y medio de parir y con mi pequeña en mis brazos, considero que tomé la mejor decisión. Mi bebé nació como yo elegí. Tuve una rasgadura en el parto que sanó rápidamente con los cuidados y recomendaciones de las parteras, lo que demuestra que prácticas como la episiotomía y la costura vaginal, con sus respectivas molestias y dolores, son innecesarias. Fue un parto natural, hermoso, laborioso, íntimo, amoroso y místico; tal y como yo lo quería y como sé que mi bebé lo esperaba.
Hoy en día sigo batallando con la EPS porque “la ignorancia es atrevida” y aún su sistema no está preparado para el reconocimiento de los partos en casa, en síntesis, no está adaptado para el reconocimiento de derechos. Para las EPS quienes -a pesar de estar registrados y financiando su sistema- deciden con autonomía cómo llevar su proceso de embarazo y parto quedan automáticamente excluidos de su rígido sistema, el cual básicamente no aprueba seres humanos que son capaces de cuestionar y tomar decisiones. En pocas palabras, el sistema médico colombiano vive y reproduce el atraso de una legislación que no protege los derechos de las gestantes, como sí existe en otros países.
A pesar de estas batallas no me dejo quitar la felicidad que hoy me invade al ver a mi hija y al haber confiado en las parteras para acompañar el proceso más transformador, consciente y contundente de mi vida. Seguiré peleando con dignidad con el sistema hasta que mis derechos sean considerados e informando a otras mujeres sobre las alternativas con las que cuentan y sobre sus posibilidades de decidir y de parir conscientemente.
Me ha gustado mucho lo expuesto en tu publicación. La humanización de los procedimientos médicos creo que debería ser más que una ley, una cuestión de ética. No soy madre lo busque, lo busque por mucho tiempo, y en esa búsqueda me tope con situaciones dolorosas física y psicológica. Celebro tu parto, tu maternidad y lo maravilloso que has de sentir a tu hija en tus brazos. Nuestros países deberían contemplar el parto humanizado y digno, es un derecho de la madre, de la mujer y del niño. Un abrazo mi querida Diana.
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