martes, 29 de abril de 2014

Espionaje y labor periodística en el caso Watergate

... abril de 2014

Watergate es el más famoso caso de escándalo político en Estados Unidos. Es considerado el mito de un reto de la libertad de prensa al poder político. Las consecuencias de una investigación periodística de dos hombres del Washington Post ocasionan la salida del presidente Richard Nixon, en 1974. ¿Qué implicaciones trae para la labor periodística una investigación de este tipo? ¿qué papel tiene el periodista en medio del juego de intereses y al hacer públicas denuncias contra los grupos de poder?.

Estos interrogantes evocan posturas divergentes en cuanto a la libertad del periodista en su trabajo investigativo. Cuando se tocan temas sensibles o que afectan los intereses de los grupos de poder, la libertad periodística se ve limitada. Pocas veces este tipo de información sale a la luz y cuando esto ocurre es mejor acercarse con cautela y con una conciencia crítica frente a lo que puede estar ocurriendo en el trasfondo, en lo que no se logra observar del todo. Lo ‘normal’ es que situaciones que pueden llegar a ser escandalosas en la arena política sean bien encubiertas por expertos. Un periodista que desee examinarlas debe ser también un experto y tener los contactos necesarios, de lo contrario puede resultar engañado.

A continuación, describiré brevemente algunos detalles de la investigación de Bernstein y Woodward dentro de lo ocurrido en Watergate. Luego, mencionaré algunas de las consecuencias que este caso suscitó sobre la labor periodística en Estados Unidos. Finalmente, trataré el tema del papel activo del periodista.

Un poco de historia

El 17 de junio de 1972, cinco hombres fueron descubiertos ingresando durante la noche a las oficinas del Cuartel General del Comité Nacional del Partido Demócrata en el prestigioso complejo hotelero de Watergate. El Washington Post designa a dos periodistas, Woodward y Bernstein, para que se hagan cargo de la investigación del caso.

Los periodistas hacen un seguimiento de lo ocurrido desde esa noche que originó el destape del escándalo. En sus artículos se dan a conocer nombres de otras personas implicadas, pertenecientes a la administración de Nixon y a la CIA.

Los cinco hombres “iban vestidos con trajes oscuros de negocios y todos ellos llevaban guantes de goma Playtex de los que usan los cirujanos para operar. La policía les había intervenido un <<walkie-talkie>>, cuarenta rollos de película virgen dos cámaras de 35 milímetros, ganzúas, pequeñas pistolas de gas lacrimógeno del tamaño de una estilográfica, y micrófonos y aparatos de escucha que parecían aptos para recoger y captar conversaciones por teléfono o que se celebrasen dentro de una habitación determinada”1.

Tres de las cinco personas que ingresaron en Watergate eran cubanos. Durante la primera audiencia, los sospechosos se declararon como <<anti-comunistas>>. Además se decía que tenían nexos con la CIA.

El más importante de los cinco era James McCord, quien además de haber sido agente del FBI, Consejero de Seguridad de la CIA, era el coordinador de seguridad del Comité para la Reelección del presidente Nixon y era oficial de reserva (teniente coronel de la Oficina de Prevención de Emergencias), una unidad que debía “conseguir listas de los individuos sospechosos de radicalismo y ayudar a desarrollar planes de urgencia para la censura de los medios de información y el correo de Estados Unidos en caso de guerra”2.

Los periodistas toman como punto de partida dentro de la investigación los números telefónicos encontrados en dos agendas de los sospechosos. En ella coincidía el nombre de Howard Hunt, quien había sido consejero de la Casa Blanca en la clasificación de los <<Papeles el Pentágono>>.Poco a poco van apareciendo nuevos sospechosos dentro de la administración. A lo largo de este proceso aparece Deep Thoat (o “Garganta Profunda”) como fuente principal.

En 1973, Nixon es reelecto y poco después es declarado culpable por conducta criminal en el caso Watergate y por otros crímenes de la presidencia. A raíz de esto, se ve obligado a renunciar en 1974.

Algunas consecuencias

Este escándalo desató una mayor vigilancia de los gobiernos sobre los periodistas y en general sobre los medios de comunicación. Así, las noticias “peligrosas” para los organismos de poder pasan a ser manipuladas o escondidas para evitar el debate en torno a ellas y sus consecuencias. El riesgo no sólo lo corren los periodistas también los medios de comunicación para los que ellos trabajan, ya sea por prácticas recurrentes y menos riesgosas como las demandas o por otro tipo de prácticas menos éticas como las amenazas o las acciones violentas.

¿Qué tanto riesgo están los medios de comunicación dispuestos a afrontar? El Washington Post se arriesgó y, además de algunas amenazas de demanda, obtuvo un Pulitzer por servicio público y ganó credibilidad entre la población estadounidense. Sin embargo, por lo general no son precisamente premios lo que se obtiene cuando se denuncia una irregularidad de un ente de poder. Por esto, los medios de comunicación y los periodistas prefieren evitarse problemas.

Un amplio debate comenzó en torno a la labor periodística, en especial en cuanto a las acciones investigativas y de “cuasi-espionaje” realizadas por Woodward y Bernstein. Por ejemplo, algunos analistas del caso, como Carlos Ramírez, consideraban que “el Post era una especie de mensajero de una lucha interna en el gobierno y en la administración Nixon. [...]Por tanto, existe la sospecha de que el Post fue parte de una conspiración de poder que iba mucho más allá del periodismo. [...] Los reporteros le dieron estructura periodística a una lucha por el poder en las alturas de la política estadounidense”3.

No es de extrañarse que lo ocurrido fuera fruto de una conspiración coordinada desde adentro. Estas cosas pasan en el seno de los partidos políticos por diferentes razones. Recordemos, por ejemplo, el caso del atentado planeado por Claus von Stauffenberg y un grupo de oficiales del partido Nacionalsocialista alemán contra Hitler.

El debate en torno a Watergate se caracterizó, en general, por la desconfianza. Ésta ya no sólo iba dirigida hacia el presidente Nixon y su equipo de trabajo, sino también hacia la fuente principal de información que guiaba la investigación de los periodistas y hacia la CIA. En ese entonces, la CIA se caracterizaba por tener un fuerte poder de intervención y se rumoraba que ésta se encontraba en desacuerdo con el gobierno Nixon por haber detenido la ofensiva contra la URSS y China.

El papel activo del periodista

Hay varias opiniones acerca de la labor de los periodistas implicados en el caso Watergate que se resumen así:

1) Bernstein y Woodward tenían conocimiento previo del caso: debido a la Ley de Libertad de Información que impulsaba una -a veces desmedida- libertad de prensa en EEUU, los periodistas, en su afán de obtener una noticia que replicara socialmente, favorecieron intencionalmente a quienes coordinaron el complot.

2) Ellos no tenían conocimiento previo del caso:
     - favorecieron, sin saberlo, a los organizadores de un complot (posiblemente la CIA), en contra del gobierno.
     - develaron un caso en el que el gobierno de Nixon es realmente culpable.

El hecho de que un gobierno permita una mayor libertad de prensa pone en riesgo su propia estabilidad. Si un gobierno X no ejerce algún tipo de control sobre los medios de comunicación, éste tiene sólo dos opciones: 1) impedir que en él se cuele la corrupción (lo cual resulta risible); 2) crear estrategias para impedir que la corrupción sea descubierta. Estas dos opciones resultan más complicadas que tomar acciones de control sobre lo que dicen los periodistas. Así, de acuerdo con Chomsky, los medios de comunicación terminan por prestar un “servicio a los intereses del poder estatal y empresarial, que están estrechamente interrelacionados, planteando su información y su análisis de manera que se apoye el privilegio establecido y se limiten el debate y la discusión como corresponde”4.

De otra parte, los periodistas pueden cometer errores en su afán de dar a conocer la “verdad” y resultar favoreciendo, sin saberlo, a otros poderes que los usan y manipulan de acuerdo con sus propios intereses. ¿Qué tal si estos periodistas colaboraron, sin saberlo, en un montaje de algún organismo interno a través del cual se buscaba que Nixon saliera del poder? ¿fueron ellos un medio para que otros poderes lograran un objetivo?

Cabe preguntarse a quién o a qué poder sirvieron realmente los periodistas con su investigación, ¿acaso a los opositores del gobierno de turno?. Es complicado sacar conclusiones definitivas sobre un mito.

Evidentemente, los periodistas enriquecieron el debate y la crítica al mejor estilo de una sociedad abierta; hasta motivaron el retiro de un presidente. Pero lo importante aquí no es “comer entero”, sino intentar esclarecer el por qué de los hechos. Para esto es necesario adquirir respuestas a partir de la confrontación de intereses: ¿qué interés especial tenía Nixon y su equipo al introducir micrófonos en la sede de los demócratas, a costa de poner en riego su investidura? ¿Qué interés había en derrocar al presidente? ¿de quién era ese interés?.

El trabajo del periodista no debe terminar con la investigación de una sola fuente o línea interpretativa de un hecho. Bernstein y Woodward siguieron la línea que Deep Throat les trazó, sin indagar en las posibles causas que motivaban a ese personaje enigmático a guiarlos de la forma en que lo hacía. La verdad fue legitimada con base en lo que una única fuente sugería, esto, a mi parecer, le resta seriedad al papel activo del periodista.

No obstante, en este orden de ideas, el papel activo del periodista no debe medirse en los resultados inmediatos de la labor investigativa. Se mide entonces en términos de su capacidad o función de activador del debate. Es esto lo que lo hace constructor y participante de una sociedad abierta. Los problemas se dan cuando el periodista se equivoca en sus apreciaciones o cuando las consecuencias de su trabajo afectan gravemente a otros; temas a tratar dentro de la ética del periodista.



1 Ver Woodward y Bernstein, All the president’s Men (version en español), p. 18.
2 Íbid. P, 26.
3 Ver Ramírez, La CIA y Watergate, el mito.
4 Ver Chomsky. Ilusiones necesarias: control del pensamiento en las sociedades democráticas, p. 20.

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