viernes, 17 de mayo de 2013

La expatriada


...mayo 2009

Paréntesis: este texto lo escribí hace 4 años exactamente, la misma cantidad de tiempo que llevo viviendo fuera de mi país de origen. Como expatriada no cambiaría esta situación de estar lejos, a pesar de que se extraña, pues este es el lugar que elegí para vivir porque aquí me siento a gusto. Al fin y al cabo uno no elige dónde nacer o ¿sí? y si ese fuera el caso, siempre se es libre de cambiar de opinión. Fin del paréntesis.

Sobre las cosas que no extraño…
No extraño ni un poquitín el acartonamiento rolo, ni el clasismo colombiano. No extraño mis pantalones aburridos, sí, los famosos pantalones de poliéster que, según algunos, favorecían mi “imagen profesional”. Ni los tonos oscuros, ni las telas “serias” y poco frescas. No extraño, definitivamente no, el sistema de transporte daña-sonrisas.
No extraño los excesivos formalismos ni pleitesías. Tampoco la visión mono-variable acerca de las múltiples opciones de vida, ni los discursos sobre lo que es correcto o no, sobre lo que una mujer es y no es, ni sobre el tan anhelado modelo americano de familia.
No extraño el hecho de tener que aparentar ser perfecta, cuando apenas estoy en proceso de intentar alcanzar algo tan sublime como la perfección. No extraño ser criticada por no prevenir, en ciertas ocasiones, cometer errores. De hecho, no extraño que casi todo lo humano sea considerado un error.
No extraño mi inmenso listado de prejuicios, y por supuesto, tampoco el amor que con el tiempo se convierte en “formal”. No extraño la rigidez educativa, ni la presión social, ni la banalidad y superficialidad mediática.
Tampoco el excesivo patrioterismo frente a un escenario caracterizado por un Estado que no ofrece a sus ciudadanos ni siquiera las más básicas garantías sociales como el acceso a la salud y a la educación de todos. ¿Qué le agradecemos y celebramos entonces a ese Estado que representa a esa Patria nuestra?. No extraño nada de eso, esa complaciente hipocresía de los colombianos, esa falta de una educación crítica y constructiva que le quite el velo a esa mayoría iletrada.
No extraño el temor en las calles, por culpa de una sociedad repleta de recursos que no es capaz de compartir.  No extraño mis estados urbanos postmodernos de ansiedad y depresión.

Sobre las cosas que extraño…
En resumen, maravillosos seres humanos: mi madre, mi hermano, mis abuelos. Extraño una gata antipática y adorable, y unas cuantas montañas. Extraño las acogedoras reuniones de familia y el infaltable tinto endulzado con panela. Los atardeceres soleados que llenan de colores mágicos el cielo capitalino.
Extraño a mis más sinceros amigos, los de las luchas y afinidades, los de los secretos, los de los sueños compartidos; extraño a los enigmáticos, a los simples y a los locos (que son todos). Las charlas de café, acompañadas con helados y croissants. El brindis con aguardiente, porque así hemos crecido, a punta de tragos fuertes; porque no dejamos de ser una raza dolorida, pero ante todo furia y verraca.
Extraño los patacones, las papas criollas, el salmón, los camarones, la mojarra, los valúes, las feijoas, la papaya (no “dar papaya”) y, cómo no, la fruta en las mañanas preparada por las manos de mi bella madre. Extraño las interminables charlas con ella, escuchar atenta sus conocimientos y su radio matutina. ¡Cuánto me ha enseñado mi madre!



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