lunes, 27 de mayo de 2013

Historias de hermanos



...mayo 25 de 2013

La pequeña de 5 años tenía un sueño que ansiaba con todas sus fuerzas. No tenía claro cómo vienen los niños al mundo, pero sabía que, para el caso de su familia, la responsabilidad estaba en sus padres. Por alguna especie de truco mágico lo que ella tanto esperaba debía pasar por el vientre de su madre igual que ella ya lo había hecho antes; todo lo que ella pedía en la vida era, por supuesto, un hermanito con quien jugar.

Ruegos y llantinas se convirtieron en sus rutinas diarias durante algunos meses, frente a su madre o frente a “papá lindo” pidiendo “¡por favor! Yo quiero tener un hermanito”. Al parecer los deseos infantiles tienen tal fuerza que son capaces de movilizar y de cambiar el mundo. Fue así que una noche en aquel departamento del centro de la ciudad su madre le anunció que su anhelo se haría realidad en 9 meses. Qué dicha infinita la de esa pequeña, su reacción inmediata (que aún 25 años después recuerda con nitidez) fue saltar y saltar como queriendo tocar el techo, gritando con todas las fuerzas de sus emociones “¡síiiiii, sí, sí, voy a tener un hermanito!”, tanta felicidad no cabía en su cuerpecito y se desbordaba como fuentes brillantes desde su corazón.

Sus padres debieron intentar controlarla, pues ella no sólo gritó para ellos sino que lo hizo por las ventanas que daban a la calle, abrió la puerta que daba a un corredor extenso del edificio de apartamentos y descargó toda la energía de sus pulmones y de su vocecita “ronqueta” para compartir con el mundo la noticia tan esperada y tan grandiosa. Y no fue en vano, sí que lo merecía esa pequeña semillita que en ese momento brotaba en el vientre de su madre.

Durante varios días no hubo más tema de conversación para la niña, soñaba si sería un niño o una niña, imaginaba enseñándole juegos aunque no lograba darle una imagen definida a su hermanito que apenas se iba asomando a la vida con la percusión de un corazoncito del tamaño de una almendra. Y así pasaban los días, entre controles médicos, compras de ropa talla 0 y la decisión del nombre que llevaría el nuevo ser, tema que llegó a ser de discusión para sus padres. El padre quería darle uno de los nombres de los abuelos, la madre se negaba y la nena estaba de acuerdo con ella.

Se decidió por fin un nombre, pero éste cambió a último momento. La madre, hermosa, cuidaba el estuche de su cuerpo que llevaba al bebé, en especial porque el chiquitín sentía el llamado constante y presuroso de su hermana y quería salir a la luz muy pronto, él también quería jugar, tanto que puso en aprietos a su madre. Fue así que intentó salir antes del tiempo programado por el médico en varias oportunidades.

Un día la pequeña se levantó para ir al colegio y vio que su madre estaba algo ansiosa. Ella le dijo que quería acompañarla a la ruta del colegio y dejar todo listo porque ese día nacería el bebé. Lo dijo sin temores, seguramente disimulando los fuertes dolores previos al parto, para darle tranquilidad a la nena que empezó a repetir la escena de la noche en que recibió la noticia soñada.

Era jueves, todos los chicos de la ruta escolar se enteraron del acontecimiento por venir. Desde que ella subió, olvidó los buenos modales enseñados por su madre y sólo acertó a decir orgullosa “¡hoy va a nacer mi hermanito!".

El primer encuentro de los hermanos sólo fue hasta unos días después del nacimiento. El bebé y su madre pasaron los primeros días en casa de los abuelos, para contar con la ayuda y cuidados de la conocedora abuela. Mientras tanto, la nena quedó bajo los cuidados de la más joven de sus tías. Su padre se encontraba de viaje al momento del nacimiento. Fue un hermoso niño, 3,600 g de ternura y 49 cm de células humanas perfectamente distribuidas. Toda la alegría contagiosa contenida en el pequeño cuerpo de un recién nacido.

La primera vez que lo vio, la nena se decepcionó un poco. Por alguna razón esperaba encontrarlo ya en actitud de salir corriendo a jugar con ella y a cambio se había encontrado con un bebé como un muñequito frágil que sólo comía y dormía, ¡ah!, y algo que no le gustó, lloraba. Poco a poco se fue acercando a él y entendiendo que tenía que seguir esperando para poder jugar. Fue viendo que aun así le resultaba divertido verlo y cuidarlo, su presencia le hacía sentirse una niña grande y capaz de asumir responsabilidades.

Esos primeros días de vida alcanzaron para definir el nombre del bebé, de nuevo el debate. El pequeño se salvó de llevar algún nombre arcaico de sus antepasados y tampoco llevó el nombre decidido por su madre. El nombre elegido fue el que la hermanita puso sobre la mesa de debate: Juan Camilo. ¿De dónde salió el nombre? Un misterio, pero era uno que a ella le resultaba muy sonoro y con el cual identificaba la imagen de su hermanito.

Al principio no le era permitido llevar al bebito en brazos, pues ella apenas tenía 6 años. Después, la confianza de sus padres y de ella misma aumentó para poder intentarlo. La sensación de cercanía y afecto fue maravillosa. Sintió que tenía la vida entera de su hermanito en sus pequeños brazos, qué vivencia grandiosa para alguien con una vida aún tan corta.

El tiempo pasó rápido y no fue necesario esperar mucho para poder jugar y reír juntos. Juan Camilo resultó ser un bebé muy cariñoso y gracioso, de las únicas personas que se despiertan con una sonrisa cada mañana. Apenas aprendió a hablar y ya se inventaba tonadas y letras de canciones que hacían a su hermana explotar de risa. No había en el mundo un ser más gracioso para ella que su propio hermanito. Apenas aprendió a dibujar y no había un niño de su edad que lo hiciera mejor, sus diferentes talentos dejaban ver con claridad que se trataba del espíritu de un artista; y la vida y sus paradojas se hacían evidentes al atraer almas sensibles al hogar de un Capitán.

Entre risas y juegos compartieron ambos una infancia feliz. Cómo olvidar el juego que inventaron que consistía en envolver al pequeño en una manta y darle vueltas, ella lo tomaba en brazos y lo dejaba en algún lugar del apartamento y él tenía que adivinar en dónde estaba antes de sacarse la manta. Era muy difícil atinarle a una buena orientación en medio del mareo y la manta, pero era el mejor juego hasta que él creció y se hizo imposible para ella alzarlo.

Y el tiempo que nunca se detiene siguió corriendo para todos. Este texto podría ser una historia de varios tomos. Ya con 24 años, ese pequeñín sigue siendo el Bebé de su hermana. Sigue con sus características risa y carcajadas, con su carisma y musicalidad. Geográficamente ya no están cerca, no obstante, el afecto entre hermanos es un lazo inquebrantable y que se adapta a los cambios que la edad y la experiencia llevan a la vida de cada uno. Ambos fueron y serán partícipes de la construcción del otro de formas significativas e imborrables.

Así es el amor de hermanos.


Dedicado al loquito feliz de mi hermanito en su cumpleaños no. 24.
Te quiero mucho Bebé.

lunes, 20 de mayo de 2013

Bajo el mar de Indonesia

... 2013
Aquí va un cuentico:

En la profundidad del mar, un día cualquiera en las aguas de Indonesia, un cardumen de peces de tonos plata y oro luchaban por obtener el preciado bocado. El regalo venía de las manos de un pasajero de uno de los barcos que pasan día a día con sus grandes motores. Los futuros “peces ornamentales” que habitan estas aguas suelen acompañar el transcurso de los barcos que atraviesan los mares indonesios.

El afortunado en atrapar el ansiado objeto fue el pequeñín de cola oscura y medio rota; un pez algo débil y más bien poco apreciado por el grupo. Sin embargo, su suerte duró poco pues el misterioso objeto que introdujo en su boca sólo logró atorarse impidiéndole cerrarla, dibujando la figura de un círculo perfecto en sus labios. Los demás peces quedaron perplejos ante la extraña escena y a pesar del poco aprecio por el nada carismático pez decidieron ayudarlo a terminar con su incomodidad.

Uno de los peces más jóvenes trajo rápidamente un viejo anzuelo que tenía guardado desde la vez en que casi se lo llevan enganchado fuera del agua. Un tremendo susto que pudo sobrepasar para poder dar su ayuda ahora. Entre varios enredaron el anzuelo al objeto atascado en la boca del pobre pez, tiraron y tiraron hasta que lograron sacarlo. Aún más sorprendidos quedaron al ver lo que tenían “entre aletas”: un extraño pero bello aro de cintas oro y plata que con los leves rayos del sol que allí lograban llegar daban la sensación de reflejar el brillo de sus propios cuerpecitos luminosos, sólo de cerca se podía comprobar lo frío, inerte, angosto y circular de sus formas.

En medio del alboroto un pez muy correcto propuso llevar el hallazgo al refugio del pez más sabio que habitaba el lugar. Éste era un viejo pez mero que había vivido sus primeros años muy cerca de los humanos en un acuario para investigaciones de una ciudad cercana. Era muy respetado en su comunidad y actuaba como un oráculo cuando se tenían que tomar decisiones importantes, para todos allí era el único pez con poderes especiales.

Apenas al verlo, el gran mero explicó a todos los peces expectantes que el objeto era un anillo de bodas. No era una joya costosa, más bien era muy pequeña y de poco valor, pero su brillo resultaba atractivo en medio de las aguas de un mar donde casi cualquier cosa que entra es novedad. El anillo no era más que el símbolo ahogado de alguna historia de amor de los seres de la superficie, cuyas extrañas acciones suelen ser incomprensibles para los habitantes del mar.

¿Qué hacía un anillo de bodas en medio de un mar distante?, era la pregunta que no dejaban de repetirse inmediatamente después de lo que el sabio mero les había dicho. Un par de peces observaron cómo ésta había volado de prisa desde la proa de uno de esos grandes barcos de pasajeros; siendo lanzado con decisión y quizá con algo de desprecio. Vieron que lo arrojó un hombre, pero por el tamaño de la joya juzgaron que era de una mujer de dedos delgados.

El mero pidió un poco de calma y decidió responder a la reiterada pregunta con el fin de que la tranquilidad regresara a su hogar. Posó sus aletas sobre el anillo y cerró los ojos, todos guardaron respetuoso silencio para permitir que el pez viera la historia detrás del anillo a través de los ojos de su sabiduría. En otras oportunidades él describió el pasado de los objetos que quedaron sumergidos por el hundimiento de barcos de todo tipo. Descifrar la historia oculta de las cosas era una de sus virtudes y una de tantas que le habían hecho ganarse la veneración de toda la comunidad de peces de aquél mar.

Su respuesta comenzó: “que curiosas son las personas y qué curioso es el amor… este anillo pertenece a, ¡perdón!, pertenecía a la princesa de una tribu del norte, de mares muy lejanos de éste en el que habitamos, de piel del color de la canela y de ojos grandes”.

¿Y? ¿Quién es entonces el hombre que arrojó el anillo del barco?”, intervino un pez de boca grande y ojos ávidos de comprensión.

Calma, mi amigo”, continuó él. “Él solía ser un recolector de una tribu del sur. Ahora es un esclavo de barcos de diversión para humanos privilegiados. Allí vive y trabaja, por eso lo vieron cuando cayó el anillo”.

Nuevamente, el pez de boca grande preguntó: “¡claro! Entonces el hombre robó el anillo a la princesa, pero ¿por qué lo arrojó?”.

Haciendo como quien no había escuchado, el mero retomó: “con sus diferencias y anhelos, la princesa y el chico del barco se conocieron. En un arrebato de amor escaparon de sus tribus para encontrarse y unirse para siempre. Este anillo es muestra de ello. Pero no fueron precavidos, ambos jóvenes e inmaduros, tomaron decisiones apresuradas; descubrieron en el camino que lo que los unía no era tan fuerte como sus ya bien sabidas diferencias.

Un día él decidió entregar su vida al trabajo en el mar, poniendo en venta su vida y su libertad, alejándose así de su joven esposa. De una u otra forma, ambos quisieron abandonarse y olvidarse mutuamente. Después de largas temporadas de ausencia, ella le entregó a él su anillo como símbolo del final de su historia, ella no quería vivir más esperando lo que no iba a volver… porque, por lógica, lo que no ha estado no puede volver. Él ató la joya a su a su cuello y la mantuvo hasta que su sentimiento por ella se extinguió. Y es ahí cuando nuestro compañero se atragantó, lo demás ya lo saben
”.

Otro pez rompió el silencio de las caras tristes de los que allí se encontraban: “pero, y ¿dónde quedó el amor? ¿Qué pasó con ella? ¿Por qué no se encuentran y arreglan todo?”.

Respondió el sabio: “los finales felices, los “fueron felices por siempre”, sólo existen en la ficción y éste no es el caso. En realidad, para los individuos no existen los finales, la vida continúa de maneras deseadas o no, sigue siempre su marcha. El mundo no se detiene por el cierre del ciclo de una historia, bien sea ésta larga o breve; ellos lo tenían muy claro”.

Dirigiéndose especialmente al pez que había preguntado, continuó: “¿Cómo pretendes, amigo, que sepa qué ha sucedido con la princesa? Te recuerdo que veo el pasado de las cosas, no el presente ni el futuro. Por lo que puedo esperar, ya debe haber superado su tristeza y estará construyendo un nuevo camino luminoso, si la inteligencia ha guiado sus sentimientos. De lo contrario, sentirá que ha perdido y contaminará su belleza joven con la ira y el resentimiento.

Y dónde queda el amor… ese elemento amorfo y diáfano, en esta historia no se fue a ninguna parte, pues nunca estuvo; por lo tanto, no hay nada que arreglar. Los jóvenes no saben diferenciar el apasionamiento del amor, es muy fácil confundirlos, fue esto lo que les sucedió a este par de humanos. No es sensato hacer promesas bajo el influjo del apasionamiento pues cumplirlas va a requerir esfuerzos que sólo dan como resultado corazones malgastados y seres frustrados. Éstos no son necesarios cuando la base es el amor.
¡Ah! si he visto yo estas historias en cantidades. Muchas veces he pensado que los humanos disfrutan, y no poco, entregando sus vidas a personas con las que intuyen que van a fracasar, pero a las cuales la pasión enceguecedora les bloquea las fuerzas para poder tomar distancia. Supongo que es así como aprenden, son todos muy extraños a mi parecer. Pero bueno, es que también viven aturdidos por tantas sensaciones, velocidades y cosas que les es aún más difícil reconocer cuando hay o no algo tan indeterminado como el amor”.

El silencio de la incomprensión invadió el lugar. ¿Cómo explicarle y hacer comprensible a un cardumen las emociones humanas?. Muy seguramente el único que entendió algo de esas palabras fue el mismo mero, pues a fuerza de compartir con humanos aprendió a conocer algunas de sus complejidades y metáforas.

Decidieron todos los peces dejar el anillo en uno de los viejos barcos hundidos. Tal era su visión del mismo, no exactamente de hundimiento, pero sí de olvido, de un recuerdo que ya a nadie importa y que es más bello dejar que las anémonas y los corales aprovechen para engalanarse.

domingo, 19 de mayo de 2013

Un amor Zen

 
2012
Te quiero y me quieres porque nos idealizamos en cada escondrijo de nuestras memorias distantes, porque no me tienes y yo tampoco te tengo. Porque nos tuvimos un poco, sólo un breve fragmento de este tiempo inconmensurable, y ya nunca más te tendré.
Porque te negué y te he negado tantas veces, sabiendo que estás instalado en mí por siempre. Porque nos reconocimos y no tuvimos la valentía de aceptarnos; y jamás un “te amo” fue ni será parte de nuestro lenguaje compartido.
Hay tantos “por qué” que no terminaría de mencionarlos y te voy a seguir extrañando. Tuve mucha suerte de haberte vuelto a encontrar en medio de tantas distancias, desde oriente hasta este occidente. Y apenas con los años voy comprendiendo por qué y voy descifrando las coincidencias y lazos que nos han unido desde mucho atrás, desde siempre.
Todo contigo se expresa en tiempos inconexos, en momentos fragmentados y desmedidos. Sólo puedo hablar de eternidad, de “nuncas” y de “siempres”, así de impreciso es lo que nos une, así de existente como de inexistente.

viernes, 17 de mayo de 2013

La expatriada


...mayo 2009

Paréntesis: este texto lo escribí hace 4 años exactamente, la misma cantidad de tiempo que llevo viviendo fuera de mi país de origen. Como expatriada no cambiaría esta situación de estar lejos, a pesar de que se extraña, pues este es el lugar que elegí para vivir porque aquí me siento a gusto. Al fin y al cabo uno no elige dónde nacer o ¿sí? y si ese fuera el caso, siempre se es libre de cambiar de opinión. Fin del paréntesis.

Sobre las cosas que no extraño…
No extraño ni un poquitín el acartonamiento rolo, ni el clasismo colombiano. No extraño mis pantalones aburridos, sí, los famosos pantalones de poliéster que, según algunos, favorecían mi “imagen profesional”. Ni los tonos oscuros, ni las telas “serias” y poco frescas. No extraño, definitivamente no, el sistema de transporte daña-sonrisas.
No extraño los excesivos formalismos ni pleitesías. Tampoco la visión mono-variable acerca de las múltiples opciones de vida, ni los discursos sobre lo que es correcto o no, sobre lo que una mujer es y no es, ni sobre el tan anhelado modelo americano de familia.
No extraño el hecho de tener que aparentar ser perfecta, cuando apenas estoy en proceso de intentar alcanzar algo tan sublime como la perfección. No extraño ser criticada por no prevenir, en ciertas ocasiones, cometer errores. De hecho, no extraño que casi todo lo humano sea considerado un error.
No extraño mi inmenso listado de prejuicios, y por supuesto, tampoco el amor que con el tiempo se convierte en “formal”. No extraño la rigidez educativa, ni la presión social, ni la banalidad y superficialidad mediática.
Tampoco el excesivo patrioterismo frente a un escenario caracterizado por un Estado que no ofrece a sus ciudadanos ni siquiera las más básicas garantías sociales como el acceso a la salud y a la educación de todos. ¿Qué le agradecemos y celebramos entonces a ese Estado que representa a esa Patria nuestra?. No extraño nada de eso, esa complaciente hipocresía de los colombianos, esa falta de una educación crítica y constructiva que le quite el velo a esa mayoría iletrada.
No extraño el temor en las calles, por culpa de una sociedad repleta de recursos que no es capaz de compartir.  No extraño mis estados urbanos postmodernos de ansiedad y depresión.

Sobre las cosas que extraño…
En resumen, maravillosos seres humanos: mi madre, mi hermano, mis abuelos. Extraño una gata antipática y adorable, y unas cuantas montañas. Extraño las acogedoras reuniones de familia y el infaltable tinto endulzado con panela. Los atardeceres soleados que llenan de colores mágicos el cielo capitalino.
Extraño a mis más sinceros amigos, los de las luchas y afinidades, los de los secretos, los de los sueños compartidos; extraño a los enigmáticos, a los simples y a los locos (que son todos). Las charlas de café, acompañadas con helados y croissants. El brindis con aguardiente, porque así hemos crecido, a punta de tragos fuertes; porque no dejamos de ser una raza dolorida, pero ante todo furia y verraca.
Extraño los patacones, las papas criollas, el salmón, los camarones, la mojarra, los valúes, las feijoas, la papaya (no “dar papaya”) y, cómo no, la fruta en las mañanas preparada por las manos de mi bella madre. Extraño las interminables charlas con ella, escuchar atenta sus conocimientos y su radio matutina. ¡Cuánto me ha enseñado mi madre!



jueves, 16 de mayo de 2013

Desolado

... 2011
Las casitas de muñecas se están ensombreciendo, hay cosas que salieron a turbar la calma que iluminaba últimamente la casa. Parece que el cerrojo no es del todo resistente a la presión de aquel demonio prisionero. Él no quiere la calma de La casa porque la envidia, porque le duele recordar aquellos tiempos en que era un habitante más de aquel lugar, era feliz, no estaba atrapado. 

Ahora paga su condena, una que él ató a su cuello por temer sentirse tan a gusto. Él lo decidió así y no cesa su arrepentimiento, pero tomó el camino que no tiene retorno, se abandonó a su vanidad.   
Todos los hombres saben que no hay cosa que duela más que perder por torpeza aquello que se disfruta cuando se tiene pero que no se cuida lo suficiente por creerlo asegurado. Se olvida a veces la naturaleza efímera de los bienes humanos. El demonio antes de ser demonio fue hombre y tuvo que aprender tan dolorosa lección y sin embargo continuó actuando en contra del mágico objeto amado. Llenó su casa de fuego, creyó así purificar y renovar su existencia y no notó que el fuego también consumió su más valiosa posesión. En el fondo, muy en el fondo, sabía que no podría tener de nuevo una casa así, pero él quería una nueva: siempre siguió sus caprichos y, aunque el imperdonable tiempo ya había curtido hasta el hastío sus emociones, no estuvo nunca dispuesto a conformarse.
Ya no hubo más baúles ni cajitas de Pandora para abrir, ni tormentas para desatar. La llave llegó sin ser buscada y estremeció todos los cimientos hasta el punto de la inexistencia. Sólo polvo y cenizas son el resultado de la curiosidad del demonio.  

martes, 14 de mayo de 2013

Desde el cielo Tucumano


mayo de 2013

La última semana fue un paréntesis en la cadena de semanas consecutivas que lleva este año, de ahí también mi falta ante mi intento inicial de continuidad en este blog.
Gracias a algunas justificaciones laborales, pude conocer otra región de la geografía argentina, muy bella, por cierto. A la brevedad de tiempo allí transitado, le asigno entonces la herramienta literaria del listado. Citaré así diferentes puntos que iba escribiendo día a día en la contratapapa de uno de mis acompañantes paginados de autores extranjeros.
En mi gusto por resaltar los aspectos positivos por encima de aquellos que nos generaron algunas molestias (multas, el robo de un ipad, correcaminos corruptos, una llanta intencionalmente rota, etc.), aquí van las cosas de la semana que fueron realmente buenas:
- Que un (unos) polícia de tránsito que nos ha detenido por cometer una infracción nos deje ir sin multarnos.
- Después de varios años sin hacerlo, ver mi cuerpo completo sin ropa frente a un espejo amplio y descubrir que aún me gusta mucho lo que veo (y yo que me venía preocupando por estar arriba del 3er piso, ya no me preocupo más (... mejor me ocupo...)).
- Descubrir que de las 17 horas planificadas de carretera para llegar a nuestro destino, sólo nos tomamos 15 horas.
- Que cuando otro correcaminos nos detuvo, a causa de otra inocente infracción, le hiciste la broma del auto rojo y él, a pesar de tenerte en su poder, no podía hacerte nada. Sí que reímos aunque teníamos una nueva multa encima (nota: el auto es... ¡¡blanco!!).
- Cada vez que te veo sonreir.
- Poder detenernos en medio del desierto, vacío absoluto, descalzarme, pincharme los pies con las pequeñas piedras del camino y volver a reir juntos (1000 kms).
- Reconocer que en algún momento reciente por fin perdí mi temor a los perros.
- Mi primera experiencia en una avioneta a 800 mts de altura sobre San Miguel de Tucumán.

martes, 7 de mayo de 2013

Pensando en Aureliano...

... 2012
Macondo es casi todo este Sur… sin los vicios altamente contagiosos de la globalización, aunque son precisamente estos mismos los que me proveen la posibilidad de volver y recorrer su existencia olvidada.
Aureliano, no puedo beber el café como tú, pero con amor puedo prepararlo para ti cada mañana. Tal vez no debimos salir nunca de Macondo, tal vez allí no nos hubiésemos encontrado. Quizá llegue el momento de volver juntos, quizá Macondo acabe con nosotros… porque los caminos de regreso que funcionan para cada uno son diferentes. Lo he visto así, tú y tu café amargo y yo y mi café endulzado con panela. Tú y tu privilegiada vida fácil pero difícil de abandonar… yo y mis decisiones complicadas, mis senderos en espiral y mi eterna necesidad de estar comenzando constantemente.
Este Sur que ahora nos une será el mismo que nos separará y lo haremos a voluntad porque nuestras mentes buscan siempre creerse libres, nos creemos tan racionales y tan capaces del desapego, un reflejo más de ideas provenientes de tierras aún más distantes. Mientras tanto, sigamos juntos tejiendo estos pequeños hilitos de oro, yo seguiré jugando a ponerle vidrios de colores a las figurillas más delicadas; sigamos riendo y cantando, no dejemos que esta embriaguez se evapore antes del límite que optamos por poner a nuestros respectivos relojes mucho antes de conocernos.
No nos queda más que señalar con el dedo esto que nos une, porque no tiene nombre y sólo hemos logrado asociarlo a un color. Aún te quedan pendientes varias guerras, pero no hay cabida allí para mí… para ese entonces seguiré recorriendo Macondo, con más certezas que ahora, llevando el brillo de los cientos de pescaditos de oro que hicieron tus manos hace un par de días en mi cabello.

domingo, 5 de mayo de 2013

Las mujeres solas


... 2010

Las mujeres que “son solas”, más conocidas en otras épocas como “solteronas”, han sabido encontrar la credencial de alivio de la época frente a ese estigma. El mecanismo no es más que un acto heroico que les otorga el prestigio social que de otra forma no tendrían, y que, dicho sea de paso, llena el posible vacío afectivo de un estado de soledad elegido o no. Es así que la maternidad aparece como un medio para adquirir la seguridad y el orden emocional que no fue posible lograr bajo la preconcepción de pareja o de familia tradicional.
Llama la atención ver el cierto estatus que tienen hoy en día las madres solteras, o “madres solas” como algunas se hacen llamar. Hacen valer sus derechos de madres y su fuerza como género en un imaginario donde sostienen la no necesidad de una pareja; en síntesis, la no necesidad de dependencia económica ni emocional de un hombre. Esta situación forma parte del actual empoderamiento de género logrado, paradójicamente, a través de una práctica que años atrás era nefasta para el prestigio de una mujer.
Pero las paradojas no terminan allí. Estas mujeres de la postmodernidad venden la idea de independencia total, ellas aseguran poder hacer todo solas. En realidad, no veo otra cosa más que una fragmentación de la dependencia. Los cuidados de los hijos que antes eran responsabilidad principal de la pareja, pasan a convertirse casi en una obligación más de los abuelos. Además, a estas nuevas madres la necesidad las lleva a morder el anzuelo de la ampliada oferta de servicios de cuidados para niños, así como a recurrir a las amistades que cuentan con un poco más de tiempo libre.
En la mayoría de los casos, las nuevas madres ni siquiera dejan de depender de los padres biológicos de sus hijos. Bien sea por bienes materiales o por complementos de enseñanza y afecto indispensables durante la crianza. Se tejen espacios compatibilizados a la fuerza de conflicto, afectividad, abuelos y multi-dependencias. En últimas, son madres “solas” (entre comillas, porque por lo general sus hijos conocen a varias de sus parejas emocionales, teniendo que adaptarse a escenarios antes poco ocurrentes donde comparten con los novios/novias de sus madres, con las novias/novios de sus padres y con los hijos de ambos y/o de sus nuevas parejas que van apareciendo con el tiempo) que tienen muy poco tiempo para sus hijos, pero que por haber sido madres no pasan a ostentar la molesta reputación de la soltería.
¿Por qué? Evidentemente, la maternidad no es algo que “arregle” el complejo de la soltería. Pero al parecer, hay una asociación entre el hecho de ser madre y el de haber sido algún día aceptada o elegida por un hombre. De esto se deduce que las mujeres representadas como “solteronas” son aquellas que no conviven en pareja después de cierta edad, pero que además, por elección o no, no tienen hijos.  De ahí que la actual credencial para evitar la presión y el desprestigio social, y de paso la soledad, sea asumir la responsabilidad de la maternidad. Aunque un tanto Schopenhaueriana esta idea, percibo que la especie ha encontrado sus propios mecanismos sociales para garantizar la reproducción aún en esta época de vacas flacas y de anticonceptivos.
En resumen, los dos aspectos destacables para estas mujeres son: vivir la experiencia de la maternidad sin la necesidad de convivir en pareja (esto es recomendable para las que así lo desean) y el prestigio. Cada cual emite sus críticas y juicios de acuerdo con lo que le ha tocado vivir, yo por ahora, me limito a observar y a pensar que esa es una situación que puede sucederle a cualquier mujer, la busque o no. Personalmente, no me parece envidiable ni deseable en tanto la maternidad me gustaría compartirla con su complemento de paternidad. La verdad es que soy un ser de naturaleza bastante social y afectiva y no me enorgullecería decirle a todo el mundo que “sí, soy sola”, tal y como hoy en día muchas presumen decir. Quizá para las feministas sea yo una débil dependiente, pero al final, la maternidad implica una cadena de dependencias de una u otra persona o de uno u otro sistema, no entiendo por esto muy bien su abanderada visión de no dependencia.
No puedo cerrar sin antes mencionar que respeto profundamente a aquellas que, sin pareja, por elección no han apelado a la reproducción, pues han batallado frente a críticas familiares y demás afrentas sociales, moralistas e incluso biológicas que en el caso contrario no sería necesario sopesar. Esto es algo que debato en otro texto que vendrá luego.

Nota 2013: ¡ojo! que no hablo en contra de mi género, hay realidades que hay que aceptar y que, no obstante, tienen sus excepciones. Lo escrito es desde la óptica de la generalidad... ahora en el 2013 merece ser complementado y cuento con fuentes cercanas que me han ayudado en esa misión, por lo que "esta historia continuará...".

sábado, 4 de mayo de 2013

Revista porno del primer mundo




(Algo del 2010)
“Somos la revista porno-amarillista de los europeos”, lo he dicho ya varias veces, aunque siempre  genere un debate incómodo y miradas de desaprobación de mis conocidos. Así es, Latinoamérica y nosotros, los latinoamericanos, despertamos desde hace mucho tiempo el morbo, con el que somos significativamente condescendientes, del disfrute con la miseria ajena, con las injusticias sociales, con la violencia y el narcotráfico, con los grupos étnicos (“¡ay! Tan lindo el indiecito con barriga”; “¡¡que sexy ese negro!!”).
Por estas y muchas razones he desarrollado una especie de repudio fascista por los habitantes promedio del “primer mundo”. No tolero su turismo para adolescentes y adultos jóvenes con destino a su primer encuentro sociológico con la miseria exótica y folclórica de los latinos. Me tiene sin cuidado lo que hagan con sus traseros, si se acuestan o no con un negro o una negra o con un mestizo, mulato, trigueño o con algún “latin lover” pues al final ambos la pasan bueno y se hace intercambio corpo-cultural, ahí no hay lío; eso sí, siempre y cuando no vengan a contagiarnos sus porquerías, como ya lo hicieron sus antepasados con los nuestros. Bueno, eso del sexo no me incomoda, lo de la fiesta y la bebeta, tampoco. Lo que me choca sobremanera es esa actitud de antropólogos salvadores, de aparentes hippies sensibles e impresionables con la riqueza cultural de nuestra gente, de buenos samaritanos (como si no estuviesen acostumbrados y formados por un sistema educativo diferente al nuestro, con oportunidades y accesos a otros sistemas y sectores que para un latino promedio son problemáticos, ineficientes y costosos; esto ya interpone un velo en esa presumida sensibilidad hacia vivencias y rutinas que jamás lograrán comprender en una visita rápida de contacto con la realidad de aquellos a quienes ven como menos civilizados e inteligentes que ellos).
Después se pavonean exhibiendo fotografías, por ejemplo, alzando a un niño perteneciente a algún grupo étnico o con el rostro de algún anciano al que se le paran las moscas en un pueblo mugriento y olvidado o  con los grafitis de luchas obreras y sindicales, etc. Y así se convierte nuestra realidad en una anécdota de un visitante que se muestra sorprendido, en un bar parisino o londinense o qué se yo de qué lugar de los países del “primer mundo”, como una burla más de mal gusto de los descendientes de quienes han venido saqueando nuestros recursos a lo largo de la historia.
¿Cuántos de ellos estarían dispuestos a quedarse y a acompañarnos a cambiar lo que perciben como problemático? Menos que menos. Por estas tierras vienen sólo por el veranito, se broncean, se ponen tetas y ahí sí se toman la foto con el indiecito. Las que no se ponen las tetas, también se toman la foto, y también se acuestan con el “caliente chico latino”. Y se llevan la experiencia socioantropológica más profunda de sus vidas. Jajaja. Se mean en nuestras calles, se drogan y vomitan la tierra que visitan… y luego se atreven a negar la entrada a nuestra gente cuando ésta quiere visitar la de ellos.